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COLUMNA
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Esta revolución no será retuiteada

La revuelta de los serbios contra la corrupción no se difundirá en las redes sociales porque las plataformas ya no quieren. Del mismo modo que Musk ya no quiere ayudar a Ucrania con sus nanosatélites

Jóvenes en una manifestación en Belgrado contra la corrupción y la falta de transparencia del Gobierno serbio, este sábado.
Jóvenes en una manifestación en Belgrado contra la corrupción y la falta de transparencia del Gobierno serbio, este sábado.ANDREJ CUKIC (EFE)
Marta Peirano

Parece que todo es hastío, nihilismo y entrega silenciosa a la inevitabilidad del retorno a modelos de gobierno que parecíamos haber erradicado en casi todo el mundo occidental. Se habla de fatiga política, de fin de la izquierda, de renuncia al activismo por placeres más rutinarios como Netflix, la meditación, y el cultivo de temporada. Ya nadie quiere comprar orgánico, o renunciar al aire acondicionado, sabiendo que al volante hay gente como Donald Trump o Elon Musk. Qué sentido tiene ser modesto con el agua o conducir un coche eléctrico cuando los super-ricos vuelan en jet privado, coleccionan coches deportivos y plantan sus hambrientos y sedientos centros de datos en todos los rincones del planeta.

Sin embargo, este sábado 15 de marzo más de 300.000 serbios se manifestaron contra la corrupción, la falta de transparencia y el manejo negligente de la infraestructura pública del gobierno pro-ruso de Aleksandar Vučić. Es difícil no emocionarse con las imágenes. Es la última y la más grande de unas 1.160 protestas, organizadas principalmente por estudiantes, con el apoyo reciente de los agricultores que, con sus camiones y tractores, fueron clave el pasado enero cuando se unieron para paralizar la capital. Llevan más de tres meses marchando y bloqueando arterias en las principales ciudades desde que la marquesina de hormigón de 48 metros de la estación de Novi Sad se derrumbó el pasado uno de noviembre, matando a 15 personas y dejando numerosos heridos.

El primer ministro, Miloš Vučević, dimitió a finales de enero y dijo que el alcalde de Novi Sad dimitiría también. “Con esto satisfacemos hasta las demandas de los manifestantes más extremos”, declaró. Se equivocaba: los serbios piden la dimisión de Vučić. El presidente de Serbia mantiene lazos estrechos con Moscú, y ha incentivado el despliegue de infraestructura y tecnología china en la región. La estación fue reformada por un consorcio de empresas chinas, e inaugurada en julio de 2024, cuatro meses antes del derrumbamiento. Ha reconocido la magnitud de las protestas y la necesidad de “cambiar y comprender muchas cosas”, pero descarta dimitir. Ha dicho: “Si me queréis reemplazar tendréis que matarme”. Las protestas hasta ahora han sido completamente pacíficas, al menos por parte de los manifestantes.

Vučić fue ministro de Información del Gobierno de Slobodan Milošević, donde aprendió a trabajar la típica dieta de censura y propaganda de un régimen autoritario, nacionalista y represivo. El ambiente mediático le favorece ahora mismo: las mismas plataformas que capitalizaron la Primavera Árabe para asociar su marca con valores democráticos están ahora purgando contenidos, desapareciendo usuarios y estableciendo su propia censura opaca y algorítmica.

Al mismo tiempo, siguen siendo la principal infraestructura de distribución de información para la mayor parte de lectores de noticias del mundo y un espejo de la relevancia de las noticias para otros medios de comunicación. Esta revolución no será retuiteada porque las plataformas ya no quieren. Del mismo modo que Starlink, la flota de nanosatélites de órbita baja de Elon Musk, ya no quiere ayudar a Ucrania a defenderse de la invasión. Pero también porque los estudiantes que la organizan ya no confían en ellas. No quieren ser contaminados por la propaganda del régimen o los incentivos del capitalismo digital. Quieren encontrarse en la calle y aprender a protegerse y comunicarse sin mediación. Sin me gustas ni retuits. Solo ensayos para la revolución.

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Sobre la firma

Marta Peirano
Escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. Es analista de EL PAÍS y RNE. Sus libros más recientes son 'El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención' y 'Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático'.
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