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Columna
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Elon Musk y la guerra de clases

Los multimillonarios usurpadores de toda soberanía no ven la democracia como un sistema deseable: es un instrumento para garantizar su riqueza, vaciar el poder de cualquier autoridad pública y quedarse solos

Ilustración columna Máriam M.Bascuñán
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

“Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”, dijo Warren Buffett. Quizá no imaginaba cómo se radicalizaría su premisa, o acaso fue una consigna para iniciar el asedio. La concentración de riqueza se acumula hoy de una forma obscena, no en unos cuantos sino en muy pocos. Normalizamos que los nuevos oligarcas tecnológicos se exhiban y dicten sus propias condiciones a los mercados, cambiando sin ningún pudor la naturaleza del poder político con el aplauso de todos. Los multimillonarios usurpadores de toda soberanía no ven la democracia como un sistema deseable: es un instrumento para garantizar su riqueza, vaciar el poder de cualquier autoridad pública y quedarse solos. Piensen en los dos elementos que definen la soberanía de los Estados: la fuerza militar y la moneda. Piensen ahora en Elon Musk jugando con sus satélites Starlink para ayudar a Putin dificultando el acceso a internet de las tropas ucranias; o en el bitcoin, diseñado para expulsar a las monedas fuera del sistema.

Estos príncipes medievales utilizan la democracia pero operan fuera de ella, en una dimensión separada del resto de nosotros. Lo último de Musk ha sido publicar una tribuna en el diario conservador Die Welt para apoyar a la AfD, algo que ya hace desde X, su medio de comunicación. Dicen que en el periódico debatieron intensamente sobre la pertinencia de publicarlo, y una de las editoras jefas de la sección de Opinión ha dimitido por razones de conciencia. Como invierte en Alemania, Musk dice estar legitimado para defender sus intereses influyendo en las elecciones. Viva la libertad de expresión, pero ni él ni el diario dicen si se ha pagado por ese espacio. Si es así, estaría bien saber cuánto. El ensayista alemán Georg Diez dice que lo que más ha indignado es que Musk, como hace con la democracia, utilice uno de esos intermediarios tradicionales que tanto desprecia para difundir su propaganda disruptiva. Es un puro acto de poder. Para Musk, tanto como para Trump, la prensa no es ni siquiera “el partido de la oposición”, como la calificó Steve Bannon, sino un residuo del viejo orden que tiene que desaparecer. De ahí su apoyo a la AfD. Con esta gente nos movemos en coordenadas distintas a las puramente ideológicas. Lo que le gusta de la AfD es su política antisistema, lo que la convierte en símbolo de esa nueva Alemania que tanto beneficiaria a los Musk, Bezos y Warren Buffett del mundo, tan hombres y tan blancos todos ellos. El caos es muy provechoso en términos financieros.

El debate sobre si es legítimo o no es también interesado. No se trata de libertad de expresión, menos aún si Musk hubiese comprado su espacio en Die Welt. Lo explicó David Roberts hace tiempo: ¿Puede la prensa ser neutral cuando los actores políticos se salen de los límites y violan las normas compartidas? ¿Es su papel defender esas normas, rebatirlas o simplemente “informar” de lo que ha sucedido? Es un reto, pero también una oportunidad, añadía Roberts, pues haber puesto la integridad de la prensa en el punto de mira podría representar ese momentum que los medios necesitaban para restablecer la confianza perdida. Y añadía: en una batalla sobre normas básicas la prensa no puede ser neutral, tiene que tomar partido, pero no por ninguna fuerza política, sino por las condiciones que hacen posible su existencia. Pues yo tomo partido y le robo la consigna a Buffett. Despertemos: hay una guerra de clases, y la están ganando los ricos.

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