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TRIBUNA
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Fotos con Carter

El recuerdo del fallecido expresidente de EE UU se congela en instantáneas en la Casa Blanca y en Managua

Jimmy Carter saludaba el 24 de septiembre de 1979 a Daniel Ortega en la Casa Blanca en presencia de Sergio Ramírez (derecha) y Alfonso Robelo.
Jimmy Carter saludaba el 24 de septiembre de 1979 a Daniel Ortega en la Casa Blanca en presencia de Sergio Ramírez (derecha) y Alfonso Robelo.Bettmann (Getty)
Sergio Ramírez

Cuando se anunció que el presidente Jimmy Carter padecía cáncer en el cerebro, escribí desde Managua a su esposa Rosalynn, y en su carta de respuesta, para mi sorpresa, había al pie unas líneas a mano de él. El tiempo hunde los rostros, los distorsiona, los borra. En la foto que le hicieron en el funeral de Rosalynn, ya casi centenario, me costó reconocerlo. En mi memoria quedaban otras fotos fijas suyas, muy vivas, porque los recuerdos se congelan en instantáneas.

El 24 de septiembre de 1979, reciente aún el triunfo de la revolución, tres de los miembros de la Junta de Gobierno que había sustituido a Somoza fuimos recibidos en la Casa Blanca. Daniel Ortega, Alfonso Robelo y yo. Nunca antes había estado en la Casa Blanca, y nunca volví a estar. Era como entrar a esos sets de cine donde se reproduce la Casa Blanca.

Nos recibió en el Jardín de las Rosas, y de eso quedó una foto. Sonriente, extiende la mano en busca de estrechar la de Daniel Ortega, que está a su lado. Y hay otra en mi memoria. Sentados alrededor de la mesa de sesiones del gabinete, están, además, el vicepresidente Walter Mondale, el consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, el subsecretario de Estado Warren Christopher, el asesor presidencial Bob Pastor y el Embajador en Managua, Lawrence Pezzullo.

Daniel Ortega empieza con un discurso que promete ser largo, enlistando agravios, las intervenciones e injerencias de Estados Unidos en Nicaragua. Tras varios minutos de perorata, Carter alza la mano para interrumpirlo, y la mantiene alzada mientras Daniel Ortega no se calla. “Si usted no me hace responsable por lo que han hecho mis antecesores, yo no lo haré responsable por lo que han hecho los suyos”, dice, y provoca risas en los dos lados de la mesa.

Poco después se excusa, y nos deja con su equipo. Cuando salíamos, lo diviso desde el jardín a través de la ventana de su despacho, inclinado en el escritorio sobre sus papeles, la mano en la sien. Esa es otra fotografía.

Volvimos a vernos. Estuvo en Managua en varias ocasiones, la primera en 1984 para inaugurar un proyecto de construcción de viviendas en el departamento de Chinandega, patrocinado por Hábitat para la Humanidad, una organización a la que estaba ligado. En el álbum de la memoria hay dos fotos de entonces. En una está subido a una escalera, clavando con un martillo un panel de madera de una casa en construcción en una comarca rural. En la otra, sentado a la mesa del almuerzo en un viejo vagón de tren anclado en el patio de una residencia expropiada a un millonario, lujo excéntrico del antiguo dueño.

Durante otra de sus visitas, o quizás esa misma vez, me pregunta si es cierto, como le han dicho, que suelo hacer jogging muy temprano de la mañana, y quiere acompañarme. Antes de que amanezca, paso buscándolo por el hotel Intercontinental, la pirámide donde un día se refugió el multimillonario Howard Hughes, prófugo protegido por Somoza a instancias de Nixon, y cuartel general de los corresponsales de guerra. Ya está en el lobby esperándome, y vamos hacia los predios del antiguo Country Club.

Me dejo engañar por una famosa imagen suya de 1979, donde desfallece entre sus guardaespaldas en medio de una carrera a campo traviesa, porque es él quien me deja a la zaga tras los tres primeros kilómetros, el paso siempre sostenido. Esa es otra foto en mi cabeza. Se detiene a esperarme. Y entonces me dice que dejemos la carrera para después, que caminemos. Quiere transmitirme un consejo de amigos. Es necesario abrirse a un diálogo real con la cúpula de la Contra, que es la única forma de apaciguar el enfrentamiento con la Administración de Reagan. Son los tiempos en que insistimos en que primero se caerán las estrellas del cielo antes de que hablemos con la Contra. El tiempo le dará la razón.

Se llevó adelante el diálogo, se pactó el desarme, vinieron las elecciones de 1990, y él estaba de nuevo en Managua a la cabeza del grupo de observadores del Centro Carter. Las perdimos, y actuó como mediador con el nuevo Gobierno de doña Violeta de Chamorro para la transición. Cerca de la medianoche del 25 de febrero, llega a la desolada casa de campaña, cuando los partidarios sandinistas empiezan a dispersarse porque no hay ya victoria que celebrar. “Cuando yo perdí las elecciones creí que era el fin del mundo”, le dijo a Daniel Ortega. “Pero no fue el fin del mundo”. Esa es otra foto.

Una figura como la suya resulta hoy más extraña que nunca al paisaje político de verdades alternativas, demagogia impúdica y dictaduras encubiertas y descaradas en que el mundo parece naufragar. Un presidente de Estados Unidos que se compromete con la verdad, y atiende las voces de la conciencia desde el sentido religioso del bien aplicado al poder, parece extravagante a muchos. La ética política es hoy día extravagante.

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