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Columna
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La vulgaridad del mal

El documental ‘Expediente Netanyahu’ contradice cualquier intento de sofisticar la mente del primer ministro israelí

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el día 10 en el tribunal de distrito de Tel Aviv.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el día 10 en el tribunal de distrito de Tel Aviv.Menahem Kahana (AP)
Elvira Lindo

Si no era poco con las bombas, con las infecciones o con el hambre, ahora se añade el frío. Bebés muriendo de frío. La consecuencia es que, según datos de la ONU, cada hora muere un niño en Gaza. Una guerra contra la infancia se ha denominado, aunque el Gobierno israelí y ese pueblo que lo apoya se referirían a esos chiquillos que entregan generosamente sus cuerpos a la muerte como el efecto colateral de una guerra justa. No podemos irnos sin terminar el trabajo, dijo Benjamín Netanyahu, aunque el verbo terminar sea un eufemismo; se trata evidentemente de exterminar, la acción que alimenta el verdadero sustantivo de esta historia: genocidio. De terminar el trabajo también habló José María Aznar, que desde Irak ha decidido no faltar a la cita de las grandes masacres de su tiempo.

La maldad fascina. Le atribuimos un halo sobrenatural que ha alimentado nuestra imaginación desde su representación cristiana en el demonio hasta los relatos orales que advertían al pueblo del peligro que acecha cuando decidimos tomar el camino prohibido. La ficción, de la más primigenia a la más sofisticada, ha tenido tal impacto en nuestros miedos que se ha convertido en el argumento mayoritario del cine, de esas series en las que nos aturden con el consabido relato de asesinos astutos e incluso atractivos. También la literatura de los últimos tiempos, influida por un presente de inaprensibles certezas, se ha vuelto a rendir a lo fantasmagórico, a todo aquello que transforma el mal en algo enigmático.

Tanto nos ha influido esta idea del perpetrador del mal como un individuo interesante que cuando nos los encontramos en la vida real nos sentimos impelidos a descifrar su psicología. ¿Quién es Netanyahu, quién es el responsable de la mayor matanza de niños de nuestros días? Muy recomendable es ver Expediente Netanyahu (The Bibi Files), el documental que contradice cualquier intento de sofisticar la mente del personaje. La insólita película nos introduce en los interrogatorios a los que fue sometido en la investigación por corruptelas que casi le arrastra a la cárcel, hasta que el atentado de Hamás y el ataque indiscriminado contra el pueblo palestino convierten esas acusaciones en algo secundario que le permite mantenerse en el poder.

Netanyahu es el hombre que se deja corromper por puros, alcohol y joyas, que manipula a los medios de comunicación, que ofrece ventajas fiscales a los suyos; es el tipo que en un país de costumbres tan austeras como Israel se deja seducir por el lujo. Cada vez que volvía de Estados Unidos, dice el que fuera su mayordomo, se le despertaba el deseo de alcanzar aquel nivel de magnificencia. Netanyahu es el marido de Sara, una mujer que le supera incluso en su ambición material, que contesta con sorprendente grosería a las preguntas policiales; es la esposa que exige joyas y alcohol a los cómplices de su marido. Es Netanyahu el padre de un joven, Yair, que en su sola manera de repantingarse ante los policías demuestra su chulería, el derecho que cree tener a ser tratado como el heredero de un rey. Todo en ellos rezuma vulgaridad, la tozuda avaricia que lleva a ciertas personas poderosas a querer más de lo que se les da, a obsesionarse con un lujo que les aísla y les envilece, que les hace rodearse solo de siervos. Es esa codicia que anula la inteligencia, la empatía y la sensibilidad, es el gusto por cosas estúpidas, el anhelo enfermizo de poseer más de lo que se posee. Una patología que les transforma en ese arquetipo que se repite en Israel, en Rusia, en EE UU. No hay misterio sino vulgaridad, una vulgaridad que defienden con uñas y dientes, que les empuja a acabar con la vida de inocentes sin sentir dolor ni remordimiento. Y lo malo es que esa zafiedad se convierte en contagiosa, que un pueblo puede caer en la oscura trampa de salvar el pellejo a un imbécil que mata a un niño por hora para no pagar por sus propios delitos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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