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Columna
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El “Gran Israel” no es para Netanyahu

La larga guerra emprendida contra Gaza, Líbano, y Siria, y más selectiva contra Irán, apenas le ha reportado ventajas de expansión territorial

El primer ministro israelí, en la Asamblea de la ONU en septiembre.
El primer ministro israelí, en la Asamblea de la ONU en septiembre. Eduardo Munoz (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

Varias ensoñaciones históricas nutren el anhelo de un “Gran Israel”. Ninguna prospera hoy. La larga guerra emprendida por Benjamín Netanyahu contra Gaza, Líbano, y Siria, y más selectiva contra Irán, apenas le ha reportado ventajas de expansión territorial. Una es provisional: el control de las zonas friccionales libanesas que ocupó al norte y el este de su frontera para desactivar militarmente a Hezbolá debe retrotraerse a final de enero. Al menos eso es lo que prevé el acuerdo de alto el fuego. El avance más sustantivo es en terreno sirio. Pero no amplía su dominio directo. Dota de más densidad, y población afecta, a su ocupación (ilegal) de los Altos del Golán desde 1967.

El Estado de Israel está saliendo geoestratégicamente reforzado al neutralizar, romper o mellar el poder militar del “eje de resistencia” fraguado por sus enemigos. Y al descabezar a las fuerzas más cercanas, la palestina Hamás y la libanesa Hezbolá. Pero no ha logrado sus grandes objetivos políticos en Gaza: liberar a los rehenes y destruir a Hamás.

Es más, parece no tener un proyecto definido para el día después de una tregua, armisticio o acuerdo. Los más radicales piensan en un vaciado total de población palestina en la franja y su conversión en una California tecnológico/turística judía. Fantasías. Incluso en un mundo tan resignado como el actual, no es fácil esconder a una población de dos millones de personas en el portamaletas de un utilitario. Y otros objetivos regionales, como la alianza con Arabia Saudí, se congelan o alejan.

¿Dispone Israel de un diseño viable para la región? Netanyahu es contundente en la reacción táctica, maximiza su máquina de matar. Le conviene la guerra, aplaza su enjuiciamiento.

Pero su único mapa, el blessing and curse (la bendición y la maldición) que blandió en la ONU el 27 de septiembre, era mera propaganda de un “nuevo orden” sin articulación, límites, jerarquías. Basado en dos simplistas corredores contrapuestos. El de la “bendición”, compuesto por Israel, Egipto, Sudán, Arabia Saudí, hasta ¡India!; el de la “maldición”, por los sospechosos habituales: Irak, Irán, Líbano, Siria y Yemen. Quizá disponga de un PowerPoint que uniría los puntos de sus actos bélicos: desarme de las milicias chiíes, acoso y eventual deportación de palestinos, esterilización del régimen iraní de los ayatolás, dominio de la Palestina histórica.

El forcejeo de Bibi supura y se alimenta, pero no desarrolla estratégicamente, las tres grandes ensoñaciones históricas de un “Gran Israel”. La Biblia aludía a la tierra desde el Nilo al Éufrates, territorio de las “doce tribus” que sería entregado a los judíos “lentamente, a través de los años”. El padre del sionismo, Theodor Herzl, predicó en 1896 un más preciso “Estado judío” en esa zona, pero incluyendo partes de Siria y del Líbano. Y el más brutal y detallado, el Plan Yinon de 1982 postulaba el hegemonismo del país en todo Oriente Próximo, sobre la base de la ruptura y/o declive de los Estados árabes vecinos.

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