Ucrania puede suponer el cambio en la UE o el retrato de su hipocresía
Si Rusia fue considerada una amenaza hasta el punto de empeñarnos en ayudar al país invadido, se hace raro pensar que vaya a dejar de serlo en adelante
La invasión de Ucrania sitúa a la Unión Europea en un punto de no retorno. Por más que el canciller Olaf Scholz llame a Vladímir Putin evocando aquellos tiempos de buena relación del eje ruso-alemán, demasiadas cosas han cambiado en estos mil días. Sin embargo, el movimiento de Alemania es síntoma de ciertas hipocresías que han rodeado a esta guerra, que amaga con acercarse a su fin. La mayor, que mientras se deseaba una victoria ucrania de corazón, nadie pareció nunca preparado para asumir una derrota de Rusia. Pese a ello, la UE debe demostrar ahora si se cree que los últimos tres años han supuesto un antes y un después.
Basta observar cómo el miedo a Putin ha lastrado el conflicto en este tiempo: no fue hasta hace muy poco que se dio libertad de acción al país invadido, desde penetrar en territorio enemigo, hasta hacer uso allí de los misiles estadounidenses o británicos. Es decir, acciones que ahora son percibidas como estratégicas para una eventual negociación. El temor a la reacción rusa explica en parte también por qué el armamento fue llegando a Ucrania a cuentagotas: primero Himars, después Leopards, luego unos aviones F-16. Se desmonta así ese mantra de Podemos sobre que esta guerra era para enriquecer al “complejo militar industrial”, o la manida coletilla de que no se habría podido derrotar a Rusia “ni con todo el armamento occidental”, según dicen algunos, como también es falso que a los aliados les trajera sin cuidado una escalada bélica. De hecho, estos siempre buscaron traspasar cuidadosamente esas “líneas rojas” que el Kremlin iba blandiendo a modo de efecto disuasor, amenazando con un ataque nuclear. Y todo ello, al coste de tener a Ucrania combatiendo con una mano atada a la espalda, dándole lo justo para resistir, quizás ante la posibilidad remota de que Putin cayera, fuera sustituido por un líder aún más radical, o que la Federación Rusa se descompusiera en repúblicas donde cada una poseyera su arma nuclear.
Sin embargo, la cruda realidad es que nadie entró en esta guerra solo por altruismo. Estados Unidos vio la oportunidad de debilitar a Rusia para una década y poderse centrar en su agenda en el Pacífico, en su pugna con China. En Europa ayudamos a Ucrania como dique de contención ante la amenaza que de forma tardía asumimos que era el expansionismo ruso. Y pese a todo, de nada sirve lamentarse ya sobre si pudimos hacer más; la clave es si la UE realmente se cree que no hay vuelta atrás a febrero de 2022.
De un lado, porque las inercias del pasado pesan demasiado. Ya desde el inicio algunos dieron señales de estar esperando a que la enemistad con Putin fuera temporal, haciéndose notar los tentáculos de la diplomacia rusa. Y no se podrá reprochar demasiado en el caso de Alemania, que de la noche a la mañana hubo de enfrentarse a su pasado, rompiendo lazos con Rusia y reorientando su política exterior para enviar ayuda militar. La llamada de Scholz parece sintomática: la economía alemana dependía del gas ruso barato, tal que cierta melancolía aflora ahora, ante el momento de estancamiento que atraviesa el país.
Pese a ello, la UE no es igual que hace mil días: sus intereses hace tiempo han dejado de ser solamente los alemanes. Un nuevo eje defensivo, liderado por Polonia, e integrado por los países bálticos y de Europa del Este se ha ido fortaleciendo, procurando que Alemania no arrastrara los pies. Es más: que el comisario de Defensa, Andrius Kubilius, y la jefa de la Diplomacia, Kaja Kallas, sean lituano y estonia, respectivamente, parece toda una declaración de intenciones por parte de Ursula von der Leyen. El clásico eje francoalemán se encuentra ahora con otros Estados que le hacen de contrapeso: la pugna política que se podría abrir pronto en Europa tal vez sea entre los nostálgicos del contexto previo a 2022, frente a los que no están para tolerar más compadreos con Moscú que comprometan su seguridad nacional.
Con todo, el problema de la Unión sigue siendo el mismo que antes de la guerra: no tiene capacidades defensivas propias. Nuestro mayor esfuerzo ha sido diplomático y comercial, pero no hemos hecho los deberes en materia de seguridad por si Donald Trump nos dejaba tirados. Ahora bien, sería muy cínico pretender que nada ha ocurrido en este tiempo. Si Rusia fue considerada una amenaza hasta el punto de empeñarnos en ayudar al país invadido, se hace raro pensar que vaya a dejar de serlo en adelante: partidos que desestabilizan nuestras democracias paseándose por el Kremlin, desinformación, y en definitiva, la sed imperial insaciable de aquel a quien durante años se le toleró casi todo por la premisa alemana de que si comerciábamos con Putin habría paz, al precio de hacer la vista gorda ante sus conflictos en el Cáucaso o el Este, o ante sus chantajes para evitar que subiera el coste de la energía.
En definitiva, Ucrania puede ser un punto de inflexión en la UE, o retratar nuestra hipocresía colectiva: a saber, que las buenas intenciones quedan en nada, si no van acompañadas de transformaciones profundas en el plano político, económico o militar. Si no asumimos los cambios de estos mil días, el pasado quizás nos volverá a atropellar, y a otros, hasta a invadir.
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