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Alemania tropieza de nuevo en la piedra de la dependencia: del gas barato de Rusia a la relación comercial con China

La entrada de capital chino en el puerto de Hamburgo y el viaje de Scholz con empresarios alemanes para reunirse con Xi Jinping priorizan los intereses económicos de Berlín frente a la acción coordinada europea

Cosco Hamburgo
El buque portacontenedores COSCO Pride de la corporación china Cosco, en el puerto de Hamburgo, el pasado el 26 de octubre.AXEL HEIMKEN (AFP)
Elena G. Sevillano

La controvertida venta a China de parte del puerto alemán de Hamburgo ha puesto sobre la mesa una verdad incómoda para Alemania: su dependencia comercial y tecnológica de Pekín y la priorización de los intereses económicos a corto plazo. En un momento en el que la Unión Europea trata de encontrar una voz común frente al desafío chino, Berlín, una vez más, va por libre. El canciller Olaf Scholz, que la semana que viene viaja a China para reunirse con Xi Jinping, antepone como hizo su predecesora, Angela Merkel, la economía germana y se sitúa a la contra de Bruselas en política exterior. La crisis energética derivada de la invasión rusa en Ucrania alimenta el temor a que se repita la historia, solo que ahora en lugar del gas barato de Rusia, el punto débil es la relación comercial con China.

¿Está siendo Alemania ingenua? ¿Interesada? Para empezar, Berlín se está quedando cada vez más sola en la Unión Europea, donde se la empieza a acusar de ser un obstáculo, un freno a la política exterior europea. Scholz sostiene que quiere mantener unos lazos comerciales fuertes con Pekín y que nadie está llamando al desacople con China. Las críticas a sus decisiones, tanto dentro como fuera del país, parecen indicar lo contrario. Cada vez son más las voces que alertan de que Berlín está tropezando dos veces con la misma piedra. Hasta el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, que hace meses lamentó públicamente su propia política prorrusa cuando era ministro de Exteriores, ha dado un toque de atención a Scholz. “La lección que deberíamos extraer es que hay que reducir dentro de lo posible las dependencias unilaterales; esto se aplica particularmente a China”, declaró esta semana durante su primer viaje a Ucrania.

“Alemania solía creer que los estrechos lazos económicos garantizaban la paz y la estabilidad, pero hemos aprendido por las malas que no era más que una ilusión”, apunta Daniela Schwarzer, directora ejecutiva para Europa y Eurasia de Open Society Foundations. La guerra en Ucrania ha sido un bofetón de realidad para Berlín, que ha visto cómo la falta del gas ruso barato que un día cimentó la competitividad de su industria amenaza ahora con la crisis y la recesión. Ha hecho falta esa sacudida, dice Schwarzer, para que quede claro que Alemania no puede permitirse depender de un solo actor en el futuro, sea Rusia y su energía o China con el comercio y la tecnología. La encendida polémica sobre las inversiones chinas en el puerto de Hamburgo “demuestra que muchos alemanes lo han entendido. Antes de la guerra de Ucrania, ese debate no se habría producido”, añade. Estos días circulan por las redes sociales memes de Scholz caracterizado como el famoso retrato de Mao y con comentarios jocosos sobre su política hacia China.

Ni la controversia pública; ni las advertencias de la Comisión Europea, que en primavera emitió una opinión contraria a la transacción; ni la oposición de los socios de Gobierno de Scholz, verdes y liberales, han frenado la venta de una participación en la terminal de contenedores del puerto de Hamburgo a Cosco, el gigante chino del transporte marítimo. Para poder llegar a un acuerdo en el consejo de ministros, el canciller, el principal valedor de la operación, accedió a rebajar el porcentaje del 35% inicial al 24,9%, lo que según los portavoces gubernamentales evita que la naviera pueda participar en decisiones estratégicas.

El acuerdo, sin embargo, plantea riesgos para la seguridad y los intereses económicos de Alemania, aseguran los expertos. Jacob Gunter, analista senior del Instituto Mercator de Estudios sobre China (MERICS), explica que Cosco no es una multinacional al uso que busque simplemente el retorno de la inversión. Se trata de una de las 97 empresas estatales controladas directamente por el Consejo de Estado chino que funcionan como “instrumentos a disposición de Pekín para impulsar los objetivos estratégicos del Partido Comunista”. Los riesgos para la seguridad no son inminentes, pero sí a largo plazo. Cuanto más dependa Berlín de las inversiones y los negocios con Cosco y otras compañías chinas, más influencia podrá ejercer Pekín en la política alemana respecto a China. “Ya lo estamos viendo con la forma en que las empresas alemanas con gran presencia allí presionan a Berlín para que suavice su retórica”, asegura.

El viaje de Scholz a Pekín la próxima semana ha acrecentado los temores de sus socios europeos. Un documento del Servicio Europeo de Acción Exterior recomienda a los Estados miembros “prevenir y contener” los intentos chinos de usar tácticas de divide y vencerás y abstenerse de iniciativas aisladas. Tampoco resulta fácil para Los Verdes conciliar esta visita comercial con su política exterior basada en valores.

El canciller, que no dormirá en suelo chino por las restricciones que todavía mantiene el país por el coronavirus, se verá con Xi Jinping el día 4. Viajará con él en el avión de las Fuerzas Aéreas una representación empresarial alemana, en una fórmula híbrida de viaje diplomático y de negocios que Angela Merkel cultivó profusamente durante su mandato. La excanciller hizo 12 visitas oficiales a China rodeada de empresarios. En 2016, China se convirtió en el mayor socio comercial de Berlín y ha mantenido ese puesto hasta la actualidad.

En Bruselas también causa reticencias que Scholz quiera viajar solo. Se llegó a hablar de una visita conjunta con el presidente francés, Emmanuel Macron, pero la relación entre ambos líderes no pasa por su mejor momento. Alemania y China planean, además, una ronda de consultas intergubernamentales el próximo enero. La visita de Scholz será la primera de un líder de la UE en más de tres años y coincide con el 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. También es la primera de un dignatario extranjero desde que el presidente chino ha sido reelegido para un inédito tercer mandato. El portavoz del canciller dijo esta semana que es “absolutamente necesaria y acertada” una visita a Xi tras su llegada al Gobierno, en diciembre pasado. Habrá otros “contactos regulares”, añadió, ya que se verán también en la cumbre del G-20 en Bali a mediados de noviembre.

“Los socios europeos temen que Alemania aproveche la visita de Scholz a China para promover únicamente los intereses de Alemania”, señala Schwarzer. Berlín ya está en el punto de mira de los Veintisiete por un paquete de ayudas de 200.000 millones de euros para hogares y empresas que enfada a los países que no se pueden permitir semejante desembolso. La visita en solitario a China acrecienta la sensación de que los alemanes vuelven a mirar solo por sus intereses y de que su política se basa únicamente en hacer buenos negocios en el exterior. Para contrarrestar esta impresión, el canciller “debería coordinarse con sus socios en Europa antes y después de la visita”, añade la experta. “Debe asegurarse de que lleva un mensaje europeo unificado a China, por ejemplo, sobre la posición de China con respecto a Rusia y a la independencia de Taiwán”.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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