Lo natural hoy es ser un cretino
La canción del verano, ‘Potra salvaje’, es una afirmación de cretinismo, un autorretrato de la narradora que se autoaplaude sin rubor
Un crítico literario que, pese a ello, es buen amigo mío, llegó a una cita conmigo con un libro bajo el brazo. Era el epistolario recién editado de un escritor con uno de sus mejores amigos. Décadas de correspondencia recogidas en un volumen grueso que invitaba al sueño incluso visto de lejos. Le pregunté por la obra y me dijo que era muy cotilla y rica en detalles y reflexiones, pero había algo que le incomodaba mucho: “No le pregunta a su amigo ni una sola vez qué tal está”, me dijo. “Jamás muestra el menor interés por el corresponsal. Solo le escribe para pedirle favores, quejarse y contarle que está escribiendo la mejor novela de los últimos milenios. No se le escapa un cómo te va ni por despiste”.
Enunciamos dos hipótesis: o al escritor no le importaba quedar como un cretino o ni siquiera era consciente de ser un cretino, cosa extraña en un autor por lo demás perspicaz y penetrante, incluso consigo mismo. Como no creo que haya más ególatras en mi gremio que en el de los oftalmólogos o el de los registradores de la propiedad, sospecho que, simplemente, no sabe que es un cretino porque nadie le ha dicho que esas cartas son propias de un cretino. Y nadie se lo va a decir porque ser un cretino ya no está mal visto, es lo natural.
La canción del verano, Potra salvaje, es una afirmación de cretinismo a la altura de ese epistolario: un autorretrato de la narradora como una mujer indómita, libre y maravillosa que se autoelogia y autoaplaude sin rubor. La canción popular ha cambiado el tú por el yo en muy poco tiempo, salvando la distancia que hay del “yo te amo con la fuerza de los mares” a la motomami despechá de Rosalía. Hasta en el desprecio importa más quien desprecia que el despreciado. Los sentimientos promocionados por los altavoces discotequeros han pasado del te quiero al me quiero para amoldarse a unos tiempos de pantallas-espejito de Blancanieves.
¿Cómo va a llamar la atención que alguien no le pregunte a su amigo qué tal está si vivimos rodeados de gentes que solo cuentan cómo están ellas y les importa un carajo cómo están los demás? Mi amigo el crítico y yo somos tipos anacrónicos que, en nuestro interés por las vidas ajenas, podemos parecer cotillas impertinentes. Dos viejos pesados empeñados en conversar en un mundo de monólogos que nunca se cruzan. Por cierto, al epistolario aquel le faltan las cartas del amigo. Su egolatría unidireccional es moderna hasta en eso.
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