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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elon Musk despeja la incógnita de X

El multimillonario ha puesto la red social al servicio de sus posiciones ideológicas

Elon Musk, en una conferencia en Cannes (Francia) en junio.
Elon Musk, en una conferencia en Cannes (Francia) en junio.Marc Piasecki (Getty)
El País

El pasado lunes, el multimillonario Elon Musk acogió lo que, a todos los efectos, fue un mitin de Donald Trump en la red social X (antes Twitter), de la que es propietario. Es la prueba definitiva de que, en menos de dos años, Musk ha convertido lo que en gran medida sigue siendo la plataforma de comunicación global para instituciones, políticos, medios de comunicación y empresas en una extensión de sus posiciones ideológicas. Estas son difíciles de definir en términos académicos, pero, dentro de la confusión, están contaminadas del universo apocalíptico de la ultraderecha global.

Antes de comprar Twitter por 44.000 millones de dólares en octubre de 2022, Musk rechazaba las políticas de moderación que matizaban la toxicidad. Si bien nunca ha funcionado como espacio para el diálogo, sí suponía una herramienta revolucionaria para la difusión de información, en algunos casos —como las alertas meteorológicas— de primera necesidad para millones de usuarios.

Musk se declaró “absolutista de la libertad de expresión”. Uno de sus primeros cambios fue revertir vetos a personajes expulsados de la plataforma por promover el extremismo y la violencia, entre ellos Trump. El asalto al Capitolio no se entiende sin los mensajes de Trump en Twitter en aquellos días. Trump, expulsado también de otras redes, había fundado su propia plataforma minoritaria (Truth Social) y desdeño la invitación de Musk para volver. Esa situación acabó el lunes con un mitin en toda regla de la mano nada menos que del dueño de la plataforma.

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Musk se ha involucrado en la campaña republicana, incluyendo una significativa aportación económica. Más allá de la percepción, nadie sabe si está promocionando el contenido de los republicanos o la desinformación. Pero el pasado 28 de julio, Musk se saltó sus propias reglas sobre deepfakes al promocionar un vídeo falso de la candidata demócrata, Kamala Harris. Durante los disturbios racistas en el Reino Unido, tuiteó que “la guerra civil es ine­vitable”. La Comisión Europea ha alertado a X en reiteradas ocasiones de que todas estas actividades vulneran la Ley de Servicios Digitales. La última vez, Musk respondió a un tuit del comisario Thierry Breton con una imagen grosera.

Por problemática que sea la constatación de que el dueño de X participa del discurso de la derecha paranoica global, lo cierto es que la empresa es de Musk y puede hacer con ella lo que quiera. Pero para los millones de usuarios de la red social, empezando por las instituciones, esta situación obliga a replantearse la conveniencia de haber depositado el papel de plaza pública oficial en una empresa privada con sede en EE UU. Sobre todo, el público debe ser consciente de que ese espacio de información tiene una agenda política propia, una agenda en la que los extremistas son bienvenidos, se promueve que Trump difunda sus bulos y se frivoliza con la idea de un enfrentamiento civil.

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