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Así funciona la industria global de la mentira que azuzó el racismo tras el asesinato de tres niñas en el Reino Unido

El Gobierno de Keir Starmer reclama responsabilidad a las redes sociales y critica a Elon Musk, que alienta la desinformación violenta en su plataforma

Manifestantes arrojan un contenedor de basura contra un hotel en Rotherham, Reino Unido, el 4 de agosto de 2024. Foto: STRINGER (REUTERS) | Vídeo: EPV
Javier Salas

Uno de los principales agitadores de los disturbios racistas que han sacudido el Reino Unido estos días es Tommy Robinson, activista antimusulmán, desinformador en serie, fundador de organizaciones ultranacionalistas y condenado varias veces por crímenes como acosar a un menor inmigrante y a una periodista. Pero el propio Robinson se considera un informador honesto. “Siento que estoy a dos días de ser sentenciado a muerte en el Reino Unido por hacer periodismo”, le decía tras uno de sus procesos judiciales a Alex Jones, comunicador estadounidense al frente del canal de bulos de extrema derecha InfoWars. Jones fue condenado por difundir reiterada e interesadamente que la matanza de Sandy Hook, donde mataron a 20 niños, fue una farsa. Este domingo, Robinson acudió de nuevo a InfoWars para explicar que “la guerra civil en Inglaterra ya ha comenzado”, en palabras de Jones. La expresión “guerra civil” aplicada al Reino Unido la había usado unas horas antes Elon Musk, quien aseguró en su propia red social que era “inevitable”.

Jones y Robinson (que en realidad se llama Stephen Yaxley-Lennon) llevan una semana azuzando odio xenófobo en X, la plataforma de Musk, desde el apuñalamiento múltiple del pasado lunes en Southport que se cobró la vida de tres niñas, y del que se acusa un joven de 17 años, nacido en Cardiff (capital de Gales) en el seno de una familia de refugiados de Ruanda. No han sido los únicos. Momentos después de que se informara de la tragedia, se puso en marcha la maquinaria global de las mentiras, que parasita la permisividad de las redes. Y en el caso de Musk cuenta con su favor, duramente criticado por el Gobierno de Keir Starmer. “No hay justificación para comentarios como ese”, afirmó un portavoz de Downing Street sobre el tuit del magnate. “Si estás incitando a la violencia, no importa si es online o si es offline”, añadió y anunció una reunión de alto nivel con las plataformas.

Los especialistas en desinformación saben perfectamente cómo se orquestó esta respuesta, que aprovechaba una siembra xenófoba que ha durado años. En las primeras horas tras el asesinato múltiple, los principales bulos que acusaban a un inmigrante musulmán alcanzaron 27 millones de visionados, según el trabajo del especialista Marc Owen Jones. Su análisis de cómo se difundió la desinformación muestra un patrón que se repite una y otra vez durante estas crisis que alcanzan relevancia global, a través de la llamada trompeta de amplificación: la primera cuenta que se inventó un nombre de apariencia árabe como asesino de las niñas no tenía muchos seguidores, de ahí saltó a una web de noticias falsas y, poco después, los influencers de los bulos consiguieron que alcanzara a millones de personas. “En 24 horas, [Marc Owen] Jones pudo reunir y publicar un mapa de las cuentas clave que habían difundido desinformación. Si a Musk le importara, su equipo podría haber hecho lo mismo. Tenemos derecho a pensar que no le importa”, criticó Alan Rusbridger, exdirector del periódico británico The Guardian.

El estudio de este episodio ayuda a realizar una radiografía de un fenómeno que se repite una y otra vez. Marc Owen Jones destaca que se observan las mismas secuencias y a los mismos actores que en otras campañas de desinformación previas, como el apuñalamiento de una mujer en Australia o el bulo sobre la ciudad de los 15 minutos. Y todas esas cuentas estaban hace solo unos días esparciendo bulos tránsfobos contra la boxeadora Imane Khelif. Van saltando de un arrebato de indignación a otro hasta provocar un estado permanente de tensión, en lo que la experta en bulos Renée DiResta denomina el “complejo industrial” de las falsedades, unas redes robustas que activan su maquinaria en cuanto ven la oportunidad.

Una ocasión perfecta es el vacío informativo que se produce tras una conmoción como el asesinato de las niñas: mientras las autoridades callan (por protocolo o desconocimiento), los desinformadores llenan ese hueco con especulaciones interesadas o directamente mentiras. El juez hizo pública la identidad del presunto asesino para frenar esos bulos.

La complicidad atlántica entre Alex Jones y Tommy Robinson es solo la punta del iceberg que forman dos agitadores de extrema derecha: la mitad de las publicaciones que culpaban a un inmigrante musulmán del ataque de Southport venían de EE UU, muy lejos de la localidad inglesa, según el análisis de Channel 4. Y se desató un copiapega coordinado de numerosas cuentas que hicieron el esfuerzo de diseminar la mentira y los posteriores ataques contra Starmer por criticar a los “matones” de las protestas.

Cada episodio de difusión de bulos es una ola que autoridades y medios tratan de combatir, pero hay una marea de fondo común que agita el mar contra la costa. La misma foto con el mismo bulo del inmigrante que vieron los británicos llegó apenas unas horas después a los españoles a través del canal de Telegram del agitador Alvise Pérez. En la manifestación que convocó Robinson tras la masacre, los asistentes le vitoreaban al grito de “Tommy al parlamento”. Alvise, también condenado por su acoso a una periodista, podría entrar en el Congreso de los Diputados, según el último CIS.

Las estructuras que participan en la difusión de estos bulos llevan años aprovechando su conocimiento del ecosistema de plataformas y medios para engrasar su maquinaria. No estamos en 2016, cuando al mundo le sorprendió la aparente sofisticación de las campañas orquestadas en Facebook o Twitter para tratar de generar vuelcos electorales. Y aun así, la situación empeora: nada más aterrizar Musk, recortó el 80% de la plantilla de Twitter y barrió los equipos encargados de velar por la seguridad y fiabilidad de la plataforma. Tras el intento de asesinato de Donald Trump, de las 100 publicaciones con teorías conspirativas de mayor éxito en X solo cinco contenían notas de la comunidad refutando la afirmación falsa y obtuvieron en conjunto más de 215 millones de visionados, según el Centro para combatir el odio digital.

En diciembre de 2023, Musk readmitió a Alex Jones en X, a pesar de sus condenas por difundir terribles mentiras. Estos días tras el asesinato, el magnate ha respondido en su plataforma tanto a Robinson como a las cuentas de EuropeInvasion, Visegrad24 y RadioGenoa, conocidas por diseminar mensajes racistas e intolerantes, en lo que es una forma demostrada de disparar la visibilidad de cuentas y discursos.

En un informe de junio para Naciones Unidas, la experta en desinformación Claire Wardle alertaba de las distintas combinaciones de desinformación y discurso de odio que se estaban normalizando en las redes porque “pueden tener impactos muy graves e inmediatos”, pero también los de baja intensidad porque causan “un daño severo durante largos periodos de tiempo”. Y advertía: “Con el discurso de odio, años de demonización y deshumanización pueden crear las condiciones bajo las cuales es más probable que ocurran genocidios y otros crímenes relacionados. De manera similar, con la desinformación, un goteo constante de pensamiento conspirativo (...) puede minar la confianza en las instituciones”. Y citaba a la lingüista Susan Benesch, fundadora del Proyecto contra los Discursos Peligrosos: “A medida que la gente llega a aceptar un mensaje moderadamente peligroso, también se vuelven un poco más propensos a aceptar uno aún más peligroso. Así, las habituales barreras sociales contra la violencia se erosionan a medida que el discurso cada vez más peligroso comienza a saturar el contexto social”.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.
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