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Desinformación
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La polémica forzada contra Imane Khelif o cómo envenenar con odio un acontecimiento planetario

El Gobierno de Meloni alentó la repugnancia hacia la boxeadora argelina desde hace días y la extrema derecha ansiaba una victoria moral contra lo trans

La primera ministra de Italia, Georgia Meloni, saluda a la boxeadora Angela Carini, durante su visita a los Juegos Olímpicos de París.Foto: GOBIERNO ITALIANO | Vídeo: EPV
Javier Salas

Los Juegos Olímpicos de París se han envenenado, pero la toxina se venía inoculando hace mucho. No ha tenido nada de espontáneo. La polémica en torno al combate de las boxeadoras Imane Khelif y Angela Carini, forzada e inflamada, es un episodio más de cómo la internacional del odio se sirve de todo su arsenal para contaminar cualquier debate. Pero este no es un éxito cualquiera: han logrado envenenar un acontecimiento planetario. Las últimas 24 horas las redes han ardido y, como siempre que arden, alguien había sembrado de cerillas el bosque.

Cuando Carini recibió el puñetazo de Khelif, la derecha italiana llevaba días gritando que la argelina es un hombre trans, que era trampa, que su vida estaba en peligro, que la iban a masacrar. El Gobierno de Giorgia Meloni había convertido ese combate en una batalla política y mediática y a Khelif en un monstruo. El ministro de Deportes, Andrea Abodi, habló de “garantizar la seguridad” de las deportistas, y la ministra de Familia, Eugenia Roccella, lamentó la participación de “hombres que se identifican como mujeres”. El presidente del Senado, Ignazio La Russa, escribió en Facebook: “Un transexual argelino contra una italiana en los Juegos Olímpicos... ¿Es políticamente incorrecto decir que apoyo a la mujer?”. El que más éxito tuvo fue el ministro Matteo Salvini con un tuit con dos millones de visionados dos días antes del evento en el que hablaba del daño que le había causado “la boxeadora trans” a otra rival y acababa con un grito: “¡Basta de locuras de la ideología ‘woke’!”. La ideología woke, dice, como si hablara de la República Queer de Argelia, un país en el que en realidad el activismo LGTB está prohibido. Como para dedicarse a militar con una atleta trans en los Juegos.

Con ese ambiente tóxico, es probable que Carini subiera a ese ring sugestionada y lejos del 100% de concentración. Ahora la italiana ha pedido disculpas a su contrincante, porque Khelif no es trans. El Comité Olímpico Internacional (COI) lo ha negado rotundamente. Las dudas sobre su condición surgieron por un test filtrado por la Asociación Internacional de Boxeo (enfrentado al COI) que señalaba que cuenta con cromosomas XY, los masculinos. Pero, ¿cómo va a ser trans si conocemos que desde que era pequeña luchó por boxear, porque su padre creía que no era un deporte para niñas? Hasta UNICEF relataba su historia como una inspiración para las mujeres.

¿Hay mujeres con cromosomas XY? Que se lo pregunten a la velocista española María José Martínez Patiño, que sufrió un calvario cuando en 1985, en los Mundiales de Kobe, tuvo ese mismo resultado. La humillaron (como ahora a la argelina) y descalificaron. Patiño tiene un síndrome que la hace insensible a los andrógenos: su cuerpo no sabe administrar la testosterona y no desarrolla los rasgos fisiológicos externos que le suponemos a los hombres. “Difícilmente podría fingir ser un hombre, tengo pechos y vagina. Nunca hice trampas”, dijo Patiño tras ganar su pleito, al demostrar que es una mujer y no una tramposa, y explicar su caso —paradigmático— en The Lancet, referencia de la ciencia médica. Todo indica que este tipo de intersexualidad pueda ser el caso de Khelif, que este sábado compite contra una boxeadora húngara: Anna Luca Hamori. Ella dice que pasa de polémicas, aunque su federación (del país que gobierna Viktor Orbán) compra el discurso de Meloni.

Pero da igual. Da exactamente igual si es trans, intersexual o ingeniero en dinámica de fluidos agroindustriales. La extrema derecha y sus camaradas ya habían localizado a su presa y no pensaban dejarla escapar. Porque el (supuesto) peligro de lo trans es su última cruzada y llevaban días, meses y años agitando este miedo: una deportista derrotada por un hombre trans. El puñetazo, y las lágrimas amargas de Carini, le aportaban todo el dramatismo necesario. En cuanto la italiana tiró la toalla, salieron todos en tromba a correr en la ruleta de hámster de la indignación: Meloni, Trump y su vice, Ayuso, Milei y hasta Borja Sémper, que afortunadamente borró sus tuits.

Esta persecución de lo trans tiene su explicación, y la han dado honestamente sus propios ideólogos. Tras la derrota social contra los derechos de los homosexuales, necesitaban otro caballo de batalla cultural para movilizar a sus bases. El fantasma de las atletas trans es muy fácil de vender, porque es visible. “Mira qué pinta de tío”, se dice de muchas atletas. Desde que arrancaron los Juegos, comenzó una auténtica cacería de “transvestigación” protagonizada por troles obsesionados con descubrir que todas las celebridades son trans. Y la villa olímpica está llena de mujeres con los hombros más anchos que los de tu cuñado el que retuitea a Capitán Bitcoin. Antes que a Khelif, esta jauría acusó de ser un hombre a la jugadora de rugby Ilona Maher, que contó entre lágrimas el daño que estaba perpetrando esa persecución de toda deportista que no sea “frágil, pequeña y dócil”. Incluso cargaron contra la mítica nadadora Katie Ledecky.

Si se te nota el tríceps, eres deforme. En esta lógica estamos. Se trata de identificar el progresismo con lo woke (ese cajón de sastre de los miedos reaccionarios) y lo woke con lo monstruoso, lo antinatural, lo que rompe el orden saludable de nuestras sociedades, lo que pone en peligro a las verdaderas mujeres (las frágiles y dóciles). Por eso, medio en broma, medio en serio, a Begoña Gómez la llaman Begoño, Brigitte Macron fue Jean-Michel, Michelle Obama fue Michael, y ahora Kamala Harris resulta que antes de transicionar se llamaba Kamal Aroush. Los torrentes de odio que corren por redes y foros tienen muy clara la función de estos bulos a la hora de generar un imaginario detestable.

Pero esos torrentes no surgen de las cloacas de internet, sino de los despachos adornados con las maderas más nobles. Trump es el alcalde de la ciudad de los bulos, pero uno de los que lleva tiempo agitando este pánico moral de primer orden es, cómo no, Elon Musk. Tiene sus motivos. Él mismo —que ahora intima con Meloni— reconoce que compró Twitter para corregir la deriva de la red, causante a su parecer de que su hija se hiciera trans. Hace unos días dijo una barbaridad tan salvaje que ubica al personaje: “Mi hijo está muerto”. En realidad, fue ella la que le sacó de su vida por ser, sencillamente, un mal padre. En la polémica de las boxeadoras, la red X frenó la visibilidad de todos los tuits que la denominaban cisgénero (por oposición a trans), porque Musk considera un insulto denigrante esa palabra, mientras permite que se diseminen sin freno todo tipo de mensajes de odio.

¿Te convierte en tránsfobo no entender qué pasa con Khelif? En absoluto. La biología humana es compleja y la intersexualidad (si se confirma) lo es más. Pero conviene tener presente quién empuja con fuerza estas polémicas, quién señala a todas las mujeres por su aspecto, quién las deshumaniza. Y, sobre todo, por qué, en los Juegos más paritarios de la historia, se ha desatado una cacería que, por ahora, ya tiene dos víctimas: Khelif y Carini. Dos boxeadoras, dos mujeres.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.
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