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Yuval Noah Harari
Columna
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Yuval Noah Harari: nueva era del imperialismo

Es cierto y evidente: si la paz no llega pronto a Ucrania, sufrirán también quienes vivan a miles de kilómetros de Kiev y piensen que la batalla allí no tiene nada que ver con ellos

guerra rusia y ucrania
Un par de soldados ucranios se resguardan tras el dsparo de un tanque de guerra en Donetsk, Ucrania, el pasado 28 de diciembre.Anadolu (Anadolu via Getty Images)
Diego García-Sayan

No puede pasar sin comentario un reciente y preciso análisis de Yuval Noah Harari. Publicado en The Economist, es uno de los trabajos más finos y precisos sobre cómo prevenir lo que Harari focaliza como “una nueva era de imperialismo”. Aunque, precisando mejor lo esencial del texto de Harari, la clave de la cuestión es ¿cómo prevenir -o impedir- el derrumbe del orden mundial? Contexto en el que los débiles serían los más directamente perjudicados.

Sobre la base de conflictos “vivos” como la guerra en Ucrania, por el ataque ruso, el análisis de Harari se desplaza por una serie de escenarios más amplios y complejos. Plantea, por cierto, varios puntos medulares muy importantes.

La historia -y nos lo recuerda Harari- ha sido la de una permanente búsqueda por la “seguridad” que empujó a los militarismos y a que la humanidad estuviera cada vez menos segura en la historia. “Hace más de 2.000 años, Sun Tzu, Kautilya y Tucídides expusieron cómo en un mundo sin ley, la búsqueda de seguridad hace que todos estemos menos seguros. Y experiencias pasadas como la segunda guerra mundial y la guerra fría nos han enseñado repetidamente que en un conflicto global son los débiles los que sufren desproporcionadamente”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, muy grandes índices de bajas se registraron fuera de “el escenario europeo” de la guerra. Desde la invasión nazi a Polonia en 1939 se generó una reacción bélica en cadena o en las llamadas “Indias Orientales Neerlandesas”, lo que es la actual Indonesia.

Sin que Europa se alarmara mucho, cuando estalló la guerra en Europa del este en 1939, parecía un mundo aparte el de los arroceros de Java en Indonesia. Pero el inicio de la guerra en Polonia desencadenó una reacción en cadena: reacción que mató a entre 3,5 y 4 millones de indonesios, la mayoría por inanición o trabajos forzados a manos de los ocupantes japoneses. Esta cifra constituía nada menos que el 5% de la población indonesia, un índice de muerte superior al de muchos de los principales beligerantes en la segunda guerra mundial, incluidos Estados Unidos (0,3%), Gran Bretaña (0,9%) y Japón (3,9%).

Hoy existen nuevas amenazas mientras aumentan los presupuestos militares. La situación del presente es, en muchos aspectos, más compleja que en 1939. Cierto, el peligro de una guerra nuclear podría amenazar a cientos de millones de personas en países neutrales. A lo que habría que añadir el grave riesgo para la humanidad del cambio climático y de una inteligencia artificial (IA) que está fuera de control.

Mientras aumentan los presupuestos militares, con recursos que se podrían haber usado contra la pobreza o el calentamiento global, las tensiones existentes alimentan la competencia militar mientras se deja de lado la buena voluntad que hubiera sido necesaria para alcanzar acuerdos serios sobre el cambio climático.

El aumento de las tensiones también arruina la posibilidad de alcanzar acuerdos para limitar la carrera armamentística vinculada a la IA. Vemos ya en Ucrania la guerra de drones avanzando rápidamente en un escenario en el que, como lo dice Harari, “el mundo podría ver pronto enjambres de drones totalmente autónomos luchando entre sí en el cielo de Ucrania, y matando a miles de personas en tierra. Los robots asesinos están llegando, pero los humanos están paralizados por el desacuerdo”.

Es cierto y evidente: si la paz no llega pronto a Ucrania, sufrirán también quienes vivan a miles de kilómetros de Kiev y piensen que la batalla allí no tiene nada que ver con ellos.

Contra nuevos “imperialismos”

Nos lo recuerda Harari: Rusia ha dado varias excusas para sus acciones. Sobre todo, que se estaba “adelantando” a un ataque occidental contra Rusia. Sin embargo, ni en 2014 ni en 2022 hubo ninguna amenaza inminente de tal invasión armada.

Como señala Harari, no han faltado guerras a finales del siglo XX y principios del XXI. Pero con horrendos conflictos en curso en Palestina e Israel, en Sudán, Myanmar y otros lugares, hasta ahora no ha habido casos en los que un país reconocido internacionalmente haya sido simplemente borrado del mapa debido a la anexión por parte de un poderoso conquistador. Cuando Irak intentó hacer lo mismo con Kuwait en 1990-91, una coalición internacional restauró la independencia y la integridad territorial de los kuwaitíes. Y cuando EE UU invadió Irak en 2003, nunca se planteó anexionarse el país ni parte alguna de él.

Rusia ya se ha anexionado no solo Crimea, sino también todos los territorios que sus ejércitos ocupan actualmente en Ucrania. Putin no se ha molestado en ocultar sus intenciones imperiales. Desde al menos 2005 ha afirmado en repetidas ocasiones que el colapso del imperio soviético fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo” y ha prometido reconstruirlo. El presidente Vladímir Putin sigue el principio imperial de que todo territorio conquistado por el ejército ruso es anexionado por el Estado ruso.

Dentro de este orden de cosas en curso, la acción militar rusa en Ucrania no es indiferente ni irrelevante para la paz mundial. Si ese tipo de “imperialismo” puede operar impunemente, como dice Harari “reaparecerá en todo el mundo”. Por ejemplo, que Venezuela, conquiste Guyana, o Irán los Emiratos Árabes Unidos. Nada impediría a la propia Rusia conquistar Estonia o Kazajstán.

La cuestión medular de todo esto está en este clima contemporáneo en el que se ha diluido parcialmente el “tabú” de las conquistas imperiales. Este asunto que para algunos analistas es hoy de poca monta, debiera ser tomado en cuenta con mucha seriedad y rigor. Incluso Estados o relaciones de vecindad, que a primera vista no parecen ponen en cuestión su independencia y fronteras, tendrían que considerar poner este asunto en su agenda para consolidar las relaciones de paz y vecindad y prevenir tentaciones de expansión.

Por eso es que los asuntos “de fronteras” internacionales entre países independientes no pueden ser desatendidos. No para apuntalar desde ese tema, por cierto, relaciones de tensión y conflicto. Ni para revivir de sus tumbas a “imperios muertos”. En un discurso pronunciado en febrero de 2022, el entonces embajador de Kenia ante la ONU, Martin Kimani, explicó que, los países africanos han heredado del pasado imperial muchas fronteras potencialmente disputadas. Pero, como explicó el mismo Kimani, “acordamos que nos conformaríamos con las fronteras que heredamos... En lugar de formar naciones que miraran siempre hacia atrás en la historia con una nostalgia peligrosa, optamos por mirar hacia delante, hacia una grandeza que ninguna de nuestras muchas naciones y pueblos había conocido jamás”.

Colapso imperial: anhelos insatisfechos

Refiriéndose al intento de Putin de reconstruir el imperio soviético, Kimani afirmó que, aunque el colapso imperial suele dejar muchos anhelos insatisfechos, estos nunca deben perseguirse por la fuerza. “Debemos completar nuestra recuperación de los rescoldos de los imperios muertos de un modo que no nos sumerja de nuevo en nuevas formas de dominación y opresión”.

Como recordó Kimani, Rusia tiene legítimas preocupaciones de seguridad, y cualquier acuerdo de paz debe tenerlas en cuenta. Pero ninguna preocupación rusa por la seguridad puede justificar la destrucción de la nación ucraniana.

Tampoco debe hacernos olvidar que Ucrania también tiene legítimos problemas de seguridad. Dados los acontecimientos de la última década, Ucrania necesita claramente garantías contra futuras agresiones rusas, más sólidas que el Memorándum de Budapest o los Acuerdos de Minsk de 2014-15.

Para evitar una nueva era de imperialismo, se necesita liderazgo desde muchas direcciones. En torno al tema de Ucrania se plantea un escenario relevante para dos pasos especialmente importantes.

Primero, los países europeos, algunos de los cuales podrían ser los próximos objetivos del expansionismo ruso, deberían comprometerse firmemente a apoyar a Ucrania dure lo que dure la guerra. Europa debería garantizar el suministro de energía a Ucrania desde las centrales eléctricas de los países de la OTAN. Habrá que esperar los resultados de las elecciones estadounidenses en noviembre, pero probablemente el peso de la asistencia tendrá que reposar ante todo en Europa.

Un curso de esa naturaleza sería acaso el único camino para el paso medular: que Rusia negocie la paz en serio. Cada mes que se le prolonga la guerra, el sueño de Putin de convertir a su país en una gran potencia se desvanece. Porque la hostilidad ucraniana hacia Rusia se acentúa, la dependencia de Rusia de otras potencias o proveedores (como Corea del Norte) aumenta y Rusia se queda más rezagada en carreras tecnológicas clave. Solo cuando quede claro que Europa está en esto a largo plazo podrán iniciarse conversaciones de paz serias.

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