La izquierda frente a la solución racista a la inmigración
La lucha por la escasez de recursos públicos es usada por los ultras para culpar al migrante de la miseria asistencial de las clases depauperadas
El historiador Richard Grunberger explica en su Historia social del Tercer Reich que uno de los grandes destructores de la República de Weimar fue la tendencia larvada durante el periodo del canciller, Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana en el siglo XIX, de acudir al Konfliktlosigkeit, “la costumbre de esconder bajo la alfombra las causas del conflicto”. La política es conflicto y no se ganan batallas eludiéndolo. Las elecciones europeas han pasado sin que los partidos progresistas hayan abierto un debate propositivo que confronte la solución racista a la cuestión migratoria. La izquierda sigue sin comparecer dejando un espacio libre que la extrema derecha lleva décadas capitalizando porque el estrato social clasemediero asume de manera inconsciente el marco racista de la Europa Fortaleza mientras culpa al ministro del Interior de turno.
No tenemos herramientas en la izquierda para confrontar eficazmente el marco ultra sobre la inmigración porque nos negamos a debatir para evitar aceptar nuestra propia incapacidad de intervenir con éxito en la opinión pública. La izquierda ocupa su tiempo en rechazar la solución ultra a la migración, negando el conflicto con discursos antirracistas moralizantes, pero sin aportar una herramienta política útil para evitar el miedo entre los de abajo y fomentar una unión que enseñe el colmillo a los de arriba. La simple negación del marco ultra sin aportar una solución progresista es la aceptación de su relato.
La extrema derecha ha creado un ruido político usando la cuestión migratoria que se debe confrontar. Los líderes de izquierdas, como miembros de las clases medias, no conviven con los sectores precarizados ni con grandes tasas de población migrante y en cuanto tienen oportunidad llevan a sus hijos a colegios concertados, aplicando la teoría del lingüista Teun van Dijk de los mecanismos de elusión del conflicto que los permite privarse de la lucha por la escasez de recursos públicos. Niegan el conflicto desde lo privado, dejando que los ultras usen esa pelea por la escasez para culpar al migrante de la miseria asistencial de las clases depauperadas. La competencia por los recursos es el caldo de cultivo sobre el que trabaja el marco político ultraderechista. Cuando hay miedo en la clase trabajadora, la extrema derecha lo transforma en odio, culpando a un sujeto identificable como el migrante para canalizarlo y evitando así apuntar hacia el capital.
Existen maneras de afrontar el debate desde los marcos del progreso y la concordia. Es ineludible liderar un compromiso laico y republicano que combata la influencia del integrismo religioso en los barrios para no resultar permeables a una tolerancia que permita que las mujeres sean subyugadas por una visión integrista de la fe contraria a nuestro modelo de convivencia. La religión, cualquiera que sea, tiene que ser una expresión privada compatible con los derechos de todas las mujeres y tiene que ser la izquierda la que abandere ese compromiso desde los marcos feministas y de derechos humanos enraizados en sus valores.
Es primordial establecer canales seguros de migración que aborden la llegada de quienes quieren desarrollar su vida en nuestra sociedad para evitar la sangría de muertes en el Mediterráneo y además aliviar la alarma social que provoca la llegada espectacularizada de personas jugándose la vida y enfrentándose a una policía que las condena sin cometer delitos y las encierra en CIEs, generando sensación de alarma entre la población temerosa en destino. Los canales seguros son la mejor herramienta para salvar vidas y disminuir la percepción de peligro en la población local.
Además, urge la desguetificación de los barrios de población migrante mediante la mejora de las condiciones materiales de toda la clase trabajadora. La convivencia desdramatiza las diferencias culturales y activa la teoría del contacto. Los guetos en las ciudades, donde los migrantes son mayoría por ser los más depauperados, están sustentados por la escasez de recursos y crean una percepción de comunidad aislada que no se integra en la cultura del país de llegada. La atomización de los núcleos de comunidad migrante consigue cambios menos abruptos en la fisionomía urbana y permite a la población adaptarse a la nueva realidad sin sentir la pérdida de sus estructuras de sentimiento y los espacios donde se ha socializado, alejando la posibilidad de la nostalgia reaccionaria. El pueblo convive en comunidad cuando las condiciones materiales son las adecuadas sin importar el origen de las personas.
Las propuestas del mientras tanto en la izquierda deben tener como objetivo rechazar argumentos economicistas. No es una razón aceptable asumir la llegada de inmigrantes como necesidad para aumentar las cotizaciones de pensiones futuras incrementando el ejército industrial de reserva para puestos precarios que la clase trabajadora local ya no quiere. Se trata de garantizar la migración como un derecho inalienable de todo ser humano en su búsqueda de una vida mejor. La labor a largo plazo es presentar un relato claro y contundente de solidaridad de clase que rechace la solución racista a la inmigración.
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