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Columna
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Las bombas no sirven contra las ideas

Una guerra sin objetivo político claro y realista suele tomar mal rumbo y tener peor desenlace. Israel va por tal camino, como demuestran las crecientes divisiones que afronta Netanyahu

Benjamín Netanyahu, el día 9 en el Parlamento de Israel.
Benjamín Netanyahu, el día 9 en el Parlamento de Israel.ABIR SULTAN (EFE)
Lluís Bassets

No se destruye una idea, sea mala o buena, a bombazos. Cuando es potente y echa raíces, poco puede hacer la fuerza para erradicarla. No valen las leyes solas. Por más que se la prohíba, incluso porque se la prohíbe, seguirá creciendo con mayor fuerza. Y todavía peor si se pretende destruirla solo por las armas.

No es un filósofo ni un predicador quien sustenta tales argumentos, sino un militar de alta graduación, y por más señas y autoridad el portavoz del ejército de Israel, Daniel Hagari, encargado de explicar cada día los terribles pormenores de la invasión de Gaza ordenada por el Gobierno de Israel y ejecutada disciplinadamente por sus fuerzas armadas.

Son palabras claras y precisas, que llevan la contraria a quien dirige esta guerra con el objetivo de una “victoria total” cifrada en la erradicación de Hamás, es decir, al primer ministro Benjamin Netanyahu: “Decir a la gente que no habrá terrorismo en Gaza, que no habrá operativos militares, que no habrá un solo cohete, que no habrá un solo hombre armado, es mentir. Habrá terrorismo en Gaza. Hamás es una idea. Para reemplazar a las personas que se ocupan de los servicios civiles, las personas que distribuyen alimentos o roban los alimentos, se necesita crear algo más y permitir que crezca”.

Todos los militares saben que el lugar donde se pierden más guerras no son los campos de batalla sino las mesas de los gabinetes de gobierno. Estados Unidos ha aprendido mucho de esta materia, en Vietnam hace ya medio siglo y en Irak y Afganistán en tiempos recientes. Una guerra sin objetivo político claro y realista suele tomar mal rumbo y tener peor desenlace. Israel va por tal camino, como demuestran las crecientes divisiones que enfrentan a Benjamin Netanyahu con el Ejército, los servicios secretos, Estados Unidos e incluso dentro de su Gobierno, hasta provocar la salida del centrista Benny Gantz.

Los extremistas del Gobierno de Netanyahu persiguen la ocupación y anexión de Gaza y de paso incluso de Cisjordania. No les importan los rehenes y menos todavía los gazatíes. No tan solo están dispuestos a seguir la guerra de Gaza tanto tiempo como haga falta sino que quieren extenderla a Líbano y si hace falta hasta la confrontación directa con Irán. Todas estas ideas horrorizan a la Casa Blanca, que ya no sabe cómo parar los pies a Netanyahu, aferrado a la guerra como su seguro de supervivencia política e incluso judicial.

Solo hay una buena idea para Gaza que pueda terminar con la mala idea de Hamás, pero a Netanyahu y sus socios les gusta menos todavía, y por eso la han combatido desde hace tres décadas hasta darla por muerta. Es la ya vieja idea de los dos Estados, uno palestino y otro israelí, con fronteras mutuamente reconocidas y seguras. Es el único objetivo realista que puede incitar al alto el fuego, la tregua permanente, el regreso de los rehenes y luego la reconstrucción y la estabilidad y la paz entre los Estados árabes e Israel y palestinos e israelíes.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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