Milei y Ayuso contra la sociedad
La brutalización del discurso fascina como la llama, pero distrae de lo sustancial: el reto al que se enfrentan las democracias que apuestan por el Estado de bienestar
Los chavales se levantaban para replicar a su profesor. No iban a tolerar más adoctrinamiento. Habían descubierto a un hombre que, frente a la retórica de los políticos que no hablan para ellos, les empoderaba para cuestionar la autoridad. Aquel economista al que podían ver horas discutiendo en la televisión les había magnetizado. “Iba a los programas a los que nadie quería ir”, explicó en su discurso Ricardo Rojas en la cena que organizó el Instituto Juan de Mariana para homenajear a Javier Milei. “Terminaba domando zurdos en todos los programas”. Tenía formación académica —la doctrina neoliberal de la escuela austriaca—, pero lo fundamental era su poder para transmitir sus ideas corrosivas. Primero defendía el liberalismo, apropiándose de una visión del mundo que nadie defendía en esos espacios, pero al final acababa por definirse sin matices: él, en realidad, es un anarcocapitalista. Sin esa presencia en los medios de comunicación de masas, el fenómeno no se habría producido. Los motoristas que repartían comida durante el confinamiento se engancharon una pegatina en el casco con su rostro. Los chavales llegaban a la escuela disfrazados con una capa y una peluca para ser un nuevo superhéroe: Super Milei. Y entonces, sin miedo, insultaban a su profesor, la figura a través de la cual una sociedad se define a sí misma: “Usted es un zurdo empobrecedor”. Sentían la energía negativa y transgresora como esperanza apocalíptica porque, si todo sigue igual, piensan que no hay futuro para ellos y entonces, mejor que la destrucción, el fuego. “Vengo a destruir el estado desde dentro”.
Mientras gurús del neoliberalismo que dicen defender la libertad —Abascal, Fernández Lasquetty, Rallo, Lacalle, Losantos…— comen crema de almendras y carrillera de ternera en el Casino de Madrid convocados por el Juan de Mariana, en los medios de comunicación públicos argentinos hay directivos sin cargo oficial, pero con el aval del Gobierno, que han llegado para evitar la crítica al gobierno e imponer la censura. La contrarrevolución ha llegado al poder y bien se merecía una condecoración oficial de la Comunidad de Madrid, carajo.
La atención periodística a esta nueva visita del presidente de Argentina se ha focalizado en su enésima calumnia a la familia de Pedro Sánchez. Esta pelea de gallos, reconvertida en una macarra cuestión diplomática, solo beneficia a quienes viven de hinchar la burbuja de la polarización que mina la cohesión de la sociedad. Informativamente es inevitable porque la brutalización del discurso fascina como la llama, pero alienta una deriva pirómana. Y así nos distraemos de lo sustancial: el reto al que se enfrentan las democracias que apuestan por el Estado de bienestar como herramienta para garantizar una libertad indisociable de la igualdad frente al proyecto neoliberal que encara Milei y que quiere destruir al Estado haciendo equivaler el pago de impuestos a un delito chantajista contra la sociedad. Lo proclamó su maestro Jesús Huerta de Soto en las glosas en el Casino de Madrid. El valor de Milei es haber conectado, a través de los medios, con los jóvenes que “aún no se han contaminado del todo ni enganchado a esa droga que es el estatismo” porque esos jóvenes serán “los más acérrimos enemigos de la violencia y coacción sistemáticas que encara el estado”. No sorprenden las palabras que Milei había pronunciado en la sede de la Comunidad de Madrid esa misma tarde. “Los socialistas creen en un monstruo horrible, empobrecedor, llamado justicia social. Una idea verdaderamente aberrante”. Isabel Díaz Ayuso, a su lado, escuchaba embelesada. “La justicia social es profundamente injusta y profundamente violenta porque lo primero que hace es violentar la igualdad ante la ley porque a unos les quita y a otros les da”.
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