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Columna
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Dorados

Sería bueno que en los parlamentos, las campañas y los debates se viviera la posibilidad quijotesca de la edad de oro y el bien común

Don Quijote y Sancho Panza vistos por Honoré Daumier (1808-1879).
Don Quijote y Sancho Panza vistos por Honoré Daumier (1808-1879).

Don Quijote se escapa de sus libros, sale a la calle, entra donde no le esperan y se pone a hablar de sus cosas, que siguen siendo las nuestras. Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Muy famoso se hizo el discurso que el Caballero de la Mancha les colocó a los cabreros. Llovía sobre mojado cuando Gil de Biedma, en su poema Años triunfales, definió a la España franquista como un intratable pueblo de cabreros.

La superación del tuyo y el mío, querido Sancho, no significa la negación de las conciencias individuales, sino la capacidad de construir un nosotros interesado en el bien común. Y el bien común favorece la diversidad siempre que las opiniones particulares no se conviertan en una fragmentación crispada de las ilusiones colectivas. Peligrosa estrategia la de yo a lo mío y tú a lo tuyo.

Sería bueno que en los parlamentos, las campañas electorales y los debates políticos se viviera la posibilidad quijotesca de la edad dorada. Se podría discutir sobre Cataluña, España y Europa pensando en las diversas posibilidades de abordar un bien común. Asumir que existen diferentes maneras de pensar el nosotros, miradas diversas, no supone un enfrentamiento crispado entre el tú y el yo, algo que por desgracia ocurre cada vez que los cabreros pierden el pudor a la hora de enfangar la política y la prensa. Y no es que haga falta soñar con la fraternidad bucólica de los buenos pastores. Pero sí convendría un poco de sosiego, un compromiso no sectario en favor de la convivencia. El agua limpia nos quitará la sed y un mismo techo nos defenderá de las inclemencias del cielo. No estoy de acuerdo, murmuran los especuladores, y mandan ladrar a sus perros.

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