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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tiempo de gobierno en Cataluña

La fragmentación salida de las urnas hace una semana no impide que haya posibilidades de estabilidad si los partidos renuncian al bloqueo

Illa y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este sábado en un mitin socialista en Barcelona.
Illa y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este sábado en un mitin socialista en Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)
El País

Cataluña necesita con urgencia un Govern que gobierne y se ocupe de los problemas reales de los ciudadanos. La retórica inflamada y las falsas citas con la historia han ocupado durante demasiado tiempo la energía de sus gobernantes, incluido el último Ejecutivo, a pesar de los esfuerzos de su president, Pere Aragonès, por regresar a una cierta normalidad. La inercia del proceso independentista parece haber llevado a los responsables de la Generalitat a olvidarse de gestionar un Estado de bienestar fuerte pero tocado por las diversas crisis de la última década.

Las elecciones autonómicas del domingo pasado arrojaron un resultado perfectamente gestionable en circunstancias normales. Hay una fuerza, el PSC de Salvador Illa, claramente distanciada de cualquier otra y que pretende formar Gobierno. Aunque en minoría, cuenta al menos con tres fórmulas para conseguir la investidura, dos de ellas de amplia mayoría parlamentaria: la coalición de izquierdas con ERC y Comuns y la sociovergente con Junts. Ninguna de las dos parece realista hoy, pero queda una tercera: un eventual Gobierno en solitario con una geometría variable de apoyos a derecha e izquierda.

Es improbable que los partidos enseñen sus cartas antes de las elecciones europeas del 9 de junio. El problema será entonces superar los vetos de quienes lanzaron el experimento rupturista de 2017 sin que hayan hecho todavía autocrítica. Sin embargo, y pese a la fragmentación resultante, las urnas hablaron con claridad hace una semana. Con la actual distribución de escaños, no hay más alternativas: ERC ya ha anunciado su paso a la oposición, y el hipotético Gobierno soberanista reclamado por Puigdemont en torno a su figura no cuenta con los apoyos suficientes. Nadie puede, además, pretender responsablemente que la repetición electoral consiga otra cosa que ahondar en el bloqueo y en la desafección ciudadana.

No ganarían los catalanes ni su autogobierno, paralizado en el limbo de la interinidad. Tampoco los partidos independentistas, especialmente ERC, condenados a sufrir más aún en una repetición. Los únicos beneficiados serían sus respectivos líderes, Oriol Junqueras —en caso de sortear su inhabilitación— y Carles Puigdemont, dispuestos a echar los dados por segunda vez aun a costa de poner en riesgo a sus respectivas formaciones.

Ambos comparten el interés en la repetición de comicios con el Partido Popular y con las dos extremas derechas de Vox y Aliança Catalana. A la inercia independentista se suma así la de Alberto Núñez Feijóo en su uso electoral del fantasma del procés. Ayudaría enormemente a la estabilidad en Cataluña que el PP dejara de emplearlo como un señuelo para obtener votos en el resto de España. Una respuesta a la altura del discurso esencialista del PP sobre el procés sería que se abstuviera para que gobernara el candidato no independentista. El talante de Illa, así como la derrota electoral del independentismo por primera vez en cuatro décadas, justificarían tal voto por duro que fuera para el PP menos dialogante aceptar el fracaso de su pasada estrategia catalana.

La polarización identitaria también fabrica sinergias entre adversarios que se necesitan mutuamente, como demuestran el independentismo y el PP. Ambos tienen dificultades para aceptar la realidad y, lamentablemente, ambos trabajan por ahora para mantener una perversa dinámica que no conduce más que a la división y el bloqueo, a pesar de los abundantes indicios del nuevo ciclo en el que ha entrado la sociedad catalana.

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