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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Asegurar la estabilidad en Cataluña

Pese a la fragmentación del Parlament, solo el PSC de Salvador Illa parece en situación de formar un Gobierno viable

Salvador Illa, celebra la victoria en la sede del PSC, en Barcelona.
Salvador Illa, celebra la victoria en la sede del PSC, en Barcelona.massimiliano minocri
El País

Si algo se deduce del resultado de las elecciones del domingo en Cataluña es que solo Salvador Illa parece en situación de recibir el encargo de formar un Gobierno viable, tarea para la que el PSC cuenta con una posición parlamentaria privilegiada. Cualquier otra fórmula —como un Ejecutivo de coalición nacionalista en el que las fuerzas derrotadas necesitarían la abstención del socialismo vencedor, tal como ha propuesto Carles Puigdemont— no parece posible tras las nítidas declaraciones realizadas ayer por el PSC y ERC. En cualquier caso, esa propuesta solo sirve para persistir en la inestabilidad y abrir la puerta a nuevos comicios, con enormes probabilidades de que sean letales precisamente para quien los provoque.

Es enorme la responsabilidad del independentismo en el nuevo ciclo inaugurado en Cataluña. No puede resolverse, como quiere el dimitido Pere Aragonès, con una renuncia que deja la carga de la fórmula de Gobierno en manos de PSC y Junts. Tras una década larga de apuesta por la inestabilidad y la polarización, tanto la sensatez política como las obligaciones contraídas con los ciudadanos deberían conducir a un cambio de rumbo en favor de la estabilidad: en el Parlament, facilitando la formación de Gobierno al vencedor en las elecciones, y en el Congreso, manteniendo los acuerdos con el Gobierno de coalición progresista para que pueda culminar tanto la aprobación de los Presupuestos de 2025 como la aplicación de la ley de amnistía, cuyo valor balsámico para la sociedad catalana quedó demostrado el domingo.

Cataluña necesita un Govern que dejé atrás los conflictos que han caracterizado la etapa ahora clausurada y se centre en resolver las mayores urgencias y déficits de la gestión de su autogobierno en salud, educación, medio ambiente, sequía o infraestructuras. No es fácil que dos partidos entregados a la ruptura en 2012 se conviertan en garantes ahora de una gobernabilidad liderada por otros, pero el mensaje de las urnas al dejarlos en minoría por primera vez en cuatro décadas es claro. Uno de ellos, Junts, surge de una genuina tradición pactista pero se halla lastrado por el hiperliderazgo de Puigdemont, cuya figura deberá reconsiderar críticamente si como formación que aspira a gobernar quiere recuperar el sentido institucional y capitalizar su éxito en la pugna con Esquerra por la hegemonía nacionalista. ERC sale peor librada del castigo electoral recibido por conceptos diversos e incluso contradictorios: su fracaso independentista y, a la vez, sus pactos en Madrid, pero, sobre todo, su escaso éxito al frente de la Generalitat. El discurso identitario no alcanza cuando la ciudadanía demanda gestión. El empeño en hacer historia cuando se trata de hacer política conduce, tarde o temprano, a la desafección.

Ambas formaciones tienen un problema de renovación de liderazgos, tarea muy vinculada a la revisión crítica del programa rupturista fracasado. Esa catarsis pendiente complica de entrada los acuerdos parlamentarios con el PSC y es lógico que no empiece antes de las elecciones europeas del 9 de junio, a las que concurren todos los partidos afectados. Pero la visión de un Parlamento catalán ingobernable y abocado a repetir las elecciones solo se sostiene desde las viejas lógicas del bipartidismo o del unilateralismo procesista, origen de vetos y bloqueos. Podría interesar a PP, a Vox y a Aliança Catalana. También, en alguna medida, a Oriol Junqueras, todavía inhabilitado, y a Carles Puigdemont, preso de un relato superado por la fuerza de las urnas y que, de persistir, podría mantener presa a toda una sociedad.

La fragmentación del Parlament es un caso de normalidad dentro de los parámetros europeos. Quien boicotee la formación de Gobierno tras un resultado tan claro pese a todo como el del domingo, además de la estabilidad estará erosionando la autonomía de la institución parlamentaria, que no debe subordinarse a intereses partidistas o personales que pretendan condicionar la gobernabilidad en Cataluña con su posición de fuerza en Madrid. Sería un sarcasmo que quienes intentaron la quimera de la independencia, obstaculizaran ahora el autogobierno real.

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