El carnet de periodista
Es la prensa la que debe separar el grano de la paja en su labor, no un colegio profesional, y mucho menos un gobernante
El periodismo no es una ciencia, es un oficio. En las facultades aprendemos muy poco sobre la profesión porque el periodista no adquiere sus conocimientos como el médico, sino como el carpintero. El hecho de ser el cuarto poder nos hace parecernos a veces a pavos reales en celo, pero somos simples amanuenses, aunque algunos se crean premios Pulitzer porque la gente los reconoce por la calle. No pasaría nada por eliminar los estudios de Periodismo como tal. En algunos países europeos no existen y les va mejor. Sería preferible estudiar Historia, Economía, Sociología, Filosofía, Matemáticas, Informática, Ingeniería o Bellas Artes, leer mucho, escribir mucho y aprender el oficio en la Redacción. La licenciatura no evita el bulo, y hay mentirosos compulsivos con doctorados en Periodismo o dando clase en las facultades.
El intrusismo en arquitectura puede provocar que un edificio se derrumbe, pero en periodismo puede ser buena noticia. Alma Guillermoprieto, mexicana, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2018, es una de las mayores periodistas vivas en español. Gabriel García Márquez, periodista sin título, la eligió para que en 1995 impartiera el taller inaugural de su Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. No hay mayor honor para un periodista del otro lado del Atlántico. Sus estudios superiores, cursados en Nueva York, son de danza moderna. Su primer empleo, de profesora de danza contemporánea en la Escuela Nacional de Arte de La Habana. Periodistas del prestigio como Carles Francino o Ana Blanco no tienen la licenciatura. Pero sí los directores de los digitales de extrema derecha que más bulos han publicado en los últimos años, como Álvaro Nieto, Eduardo Inda o Francisco Rosell. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, es licenciada en Periodismo.
Los colegios profesionales cojean de la pata derecha. Los de profesiones de ciencias sociales se arrastran. Un colegio profesional de periodistas con competencias exclusivas sería una entidad totalmente ideologizada, al estilo del Colegio de Abogados de Madrid. Más que la veracidad de la información y la buena praxis, defendería a los de su cuerda. Además, un colegio profesional sería inútil porque la Constitución es tan garantista con las libertades de expresión e información que difícilmente se podría prohibir que EL PAÍS contrate a un ingeniero o a una persona sin estudios para hacer información política. Mientras, se tendría que permitir que en la Cope hablara cada día un señor, Antonio Naranjo, quien fue condenado en firme por el Supremo (sentencia confirmada por el Constitucional) a 5.000 euros de multa y a retractarse tras inventarse una agresión de Máximo Pradera. Naranjo, por poco que a uno le guste compartir profesión con él, debe poder seguir ejerciendo de periodista como crea conveniente. Ya sabe dónde está el límite de la ley.
Reporteros sin Fronteras coloca a España en el trigésimo puesto mundial en materia de libertad de prensa tras subir seis posiciones en un año. Pero ¿por qué no estamos mejor? El informe de 2024 señala tres razones principales: la ley mordaza, la concentración de medios en unos pocos grandes grupos y la precarización de la profesión. Periodistas con miedo a perder empleos precarios son carne de cañón para que directores a sueldo de poderes económicos y políticos los dediquen a firmar bazofia. La concentración de medios en pocas manos limita la competencia y, otra vez, cierra puertas a quienes se salen del carril. En ese frente hay tajo, y la Unión Europea acaba de aprobar herramientas para levantar los velos de la publicidad institucional.
Los periodistas deben separar el grano de la paja, no un colegio profesional y mucho menos un gobernante. Que tampoco debe decidir qué es un pseudomedio, aunque todos saben que esos libelos son un problema para la profesión y para la democracia. Deben hacer que el ciudadano sepa diferenciar qué es crítica, qué es fiscalización del poder y qué es basura que se desborda de un contenedor amarillo. La mayoría lo hace bien y el ciudadano lo sabe. Naranjo, Nieto, Inda, Rosell y otros, y ellos no son más que síntomas de nuestros males, deben poder seguir publicando sus bulos. Si alguien tiene que repartir carnets, mejor que lo haga yo. Será igual de inútil y no limitará libertades.
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