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Columna
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Sergio Ramírez

Que a los 82 años, después de su exilio vivido y revivido, el autor haya escrito ‘El caballo dorado’ supone un necesario día de fiesta

El escritor Sergio Ramírez, fotografiado en su casa de Madrid en febrero de 2023.
El escritor Sergio Ramírez, fotografiado en su casa de Madrid en febrero de 2023.Claudio Álvarez

Leo la última novela de Sergio Ramírez, El caballo dorado, y me encuentro subido en un carrusel de vida, una historia que da vueltas sobre sí misma para contar y descontar, decirse y desdecirse, a través de una riqueza de vocabulario que es también riqueza de vida. La trama de un cuento de hadas se desborda y se pone en movimiento, se viste y se desviste, con una princesa lesionada bajo las paredes de un castillo en ruinas. Irá en carrozas, trenes y barcos por un mundo agitado, un nudo de ficciones propias y ajenas. Lo que se cuenta puede ser o no ser. Suben y bajan los deseos, el espionaje, la fatalidad, los abrazos, los venenos, las cocinas, las peluquerías y los agentes comerciales. La imaginación es calenturienta, la vida es dispar y tiene sus colores. Todo es posible, porque todo tiene olor a chocolate y en cualquier momento se cruzan en el carrusel de nuestro destino Bucarest, París, Estambul, Chapultepec, el emperador Maximiliano, Rubén Darío, Madame Blavatsky, Gustave Flaubert, Pastora Imperio o Alfonso XIII.

En un poema titulado Tiovivo, también con caballos de madera que dan vueltas en los calendarios, Federico García Lorca dijo que los días de fiesta van sobre ruedas y el tiempo lo trae y los lleva. La historia en perpetua transmutación de El caballo dorado va y viene hasta llegar a Nicaragua. La novela de Sergio es un día de fiesta, una celebración de la literatura, escrita entre 2014 y 2023, en Managua, San José, Princeton y Madrid. No somos responsables de todas las curvas del destino y la realidad, pero sí de nosotros mismos. Se ponen en juego las palabras para evitar el rencor, para que nada pervierta una voluntad creativa. Que a los 82 años, después de su exilio vivido y revivido, haya escrito esta novela supone un necesario día de fiesta. La alegría de una ficción es una forma de resistencia. Los lectores lo saben. Sí, la alegría y la literatura son formas de resistencia.

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