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COLUMNA
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Netanyahu tiene un plan, pero es secreto

La intención del primer ministro israelí es seguir la guerra, extenderla, olvidarse de los rehenes y callar sobre el futuro de Gaza y de los palestinos

Netanyahu
Netanyahu visitó el día 25 a las tropas desplegadas en la base de Reim, cerca de Gaza, en una imagen difundida por el Ejército de Israel.
Lluís Bassets

Netanyahu no tiene propiamente un plan para cuando la guerra termine. Su plan, su único plan, es proseguir hasta una victoria total que ni él mismo ha sabido explicar qué significa. Es un plan de supervivencia, no para Israel, sino para mantener su Gobierno y seguir él como primer ministro. Para aplicarlo, debe contentar a los ministros de extrema derecha que amenazan con romper la mayoría si se declara una tregua para liberar a los rehenes, si salen las tropas de Gaza y, sobre todo, si el Estado palestino se convierte en la puerta de salida de la guerra.

Estos ministros sí tienen un plan, y lo han contado y celebrado con danzas alocadas este pasado fin de semana en una conferencia para organizar el regreso de los colonos a la Franja. Es el plan que Netanyahu mantiene en secreto con su silencio y su complicidad. Se trata de reconstruir en Gaza los asentamientos que fueron desmontados en 2005 por Ariel Sharon y añadir seis más como propina, tal como dicta la ley de la venganza. Ante la dificultad que representa convencer a 2,1 millones de palestinos para que les hagan hueco, han decidido que hay que echarles.

Será una emigración voluntaria, según sus palabras. La fuerza de convicción para imponerla la proporcionan los tanques y soldados, y especialmente las toneladas de bombas que caen sobre los gazatíes. Nada más convincente para irse con lo puesto que destruir los hospitales, escuelas, universidades y panaderías, contaminar los cultivos, prohibir la pesca más allá de cien metros de la costa y cortar los suministros y la ayuda humanitaria.

El Tribunal Internacional de Justicia aún no ha dictaminado que el Estado de Israel haya incurrido en el delito de genocidio, pero ha dictado medidas cautelares por si estuviera cometiéndolo, atendiendo en especial a los constantes e incendiarios llamamientos de ministros y diputados de la mayoría a deshacerse como sea de los palestinos, incluso con bombas atómicas. La UNRWA, en cambio, sin que haya resolución de tribunal alguno de por medio, ya ha sido declarada por Israel culpable gracias a la participación de 12 de sus 13.000 trabajadores palestinos en los atentados del 7 de octubre. Muchos países donantes, empezando por Estados Unidos, le han impuesto sus particulares medidas cautelares en forma de retirada de sus aportaciones. Como si obedecieran a la consigna extremista de convertir la vida palestina en un infierno del que hay que huir con urgencia.

El plan de Netanyahu es seguir la guerra, extenderla, olvidarse de los rehenes, y callar sobre el futuro, el de Gaza y el de los palestinos. Así mantiene vivo su Gobierno y avanza el plan explícito de esos extremistas que ven antisemitas en todas partes: el Tribunal Penal Internacional, António Guterres, Naciones Unidas y, por supuesto, la UNRWA. El primer ministro de Israel solo se moverá si le empuja el único que puede empujarle, que es Joe Biden, y del que depende en todo, armamento, munición y, naturalmente, su larga y poderosa mano diplomática. Hasta ahora no ha sucedido ni parece de momento que vaya a suceder.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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