Nadia Calviño y el talento socialista
El nuevo Gobierno acabado de estrenar difícilmente logrará reforzar el prestigio político que España ha consolidado en Europa
El miércoles, Nadia Calviño será nombrada presidenta del Banco Europeo de Inversiones, una institución fundamental del proyecto comunitario. Esa entidad financiera, que es propiedad de los Estados miembros, es una pieza básica de la estrategia de la Unión: financia las inversiones públicas y privadas que permiten consolidar el modelo de desarrollo que define e impulsa la Europa unida, ahora y en primera instancia la transición verde. Calviño será la primera mujer y el primer español que presida esta institución. El apoyo que su candidatura ha recibido de los ministros de Economía evidencia la influencia que ha consolidado España durante los últimos años en Bruselas, como explicó Bernardo de Miguel, y es el reconocimiento del liderazgo que la vicepresidenta ejerció en un momento clave para que la UE avanzase en su federalización, como señaló Xavier Vidal-Folch al subrayar la trascendencia del documento que trazó el Plan de Recuperación y cuya autoría intelectual es de Calviño. Su ejecutoria en el Ministerio de Economía ha sido notable, como valida su elección por sus pares, y su trayectoria previa en el entramado comunitario avala la idoneidad de su nombramiento.
Pero la baja de Nadia Calviño del Gobierno de Pedro Sánchez, tan asediado, puede ser problemática: es el ejemplo más evidente de la descapitalización de talento socialista en el actual Ejecutivo. Me explico. Antes de empezar a leer Tierra firme, he vuelto a Manual de resistencia. Allí, el presidente Sánchez describe la moción de censura de 2018 como el momento disruptivo a través del cual se materializó el cambio de época en la política española. Ese cambio, según su interpretación, había sido posible en parte gracias a su victoria en las primarias con las que volvió a la secretaria general del PSOE tras su traumática defenestración. “A partir de ahí he sido un líder autónomo, que podía defender mi proyecto político, que era el proyecto de la militancia”. Ese proyecto que estaba pendiente de ser definido, que asumía que solo podía avanzar en paralelo a deshacer el nudo penal del procés, lo visualizó la configuración de su primer Ejecutivo.
Implícitamente, ese Gobierno y ese proyecto se estrenaron tomando el relevo de la ilustrada esperanza reformista que durante la legislatura anterior había intentado abanderar Ciudadanos. Su conexión socioliberal y europeísta era clara y programática. Josep Borrell, que había tenido un papel clave en la deslegitimación ideológica del procés, había sido presidente del Parlamento Europeo. Calviño, con prestigio en Bruselas, era directora general de Presupuestos del Ejecutivo comunitario. Teresa Ribera, que resiste, venía de dirigir en París el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales. Son altos perfiles profesionales, a los que a partir de enero de 2020 se sumó José Luis Escrivá, que había sido jefe de la División de Política Monetaria del Banco Central Europeo. Los cuatro ejemplifican el necesario compromiso de las altas élites funcionariales con el diseño y ejecución de políticas públicas innovadoras en el marco comunitario. Eso es lo mejor del sanchismo.
Ha sido así, catapultado por el liderazgo de Sánchez, como se ha consolidado el prestigio político de España en Europa, aunque la oposición haya intentado boicotearlo una y otra vez demostrando ser los paladines del patriotismo de partido no solo en Madrid, sino en especial en Bruselas. Pero el nuevo Ejecutivo acabado de estrenar, por lo que respecta a los ministros socialistas, difícilmente logrará reforzar ese prestigio porque no ha integrado a nuevas personalidades con un nivel de competencia y respeto equiparables a los de Calviño o Borrell. Al destacar el marcado perfil político del Ejecutivo (¿podría no tenerlo?), en realidad se está transmitiendo que su seña de identidad es su vinculación con el núcleo duro presidencial y la actual dirección del PSOE. Tal vez sea inevitable en las actuales circunstancias parlamentarias, tan agónicamente caracterizadas por la polarización y la competencia interna que histeriza a los socios de gobierno, pero al mismo tiempo es una opción que, más allá de la agenda despenalizadora, podría desnaturalizar lo más relevante del proyecto sanchista y tampoco crea las condiciones para incorporar nuevo talento profesional en el partido socialista.
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