“Nuevo Gobierno”
Hay cuatro vicepresidencias, pero Bolaños se alza como claro número dos de un Gobierno diseñado para fajarse en una legislatura que se adivina bronca
La novedad es un superpoder arrebatador para el periodismo. Y tenemos “nuevo Gobierno”, aunque me temo que lo escribo entre comillas porque en realidad no es tan nuevo. El núcleo duro del Ejecutivo de Pedro Sánchez sigue ahí, a pesar de la profusión de hongos nucleares y nubes de apocalipsis de los últimos tiempos. A primera vista, lo sustancial es que Félix Bolaños y María Jesús Montero salen reforzados: Montero es flamante vicepresidenta ante la probable salida de Nadia Calviño, y Bolaños deberá tender puentes con el poder judicial, uno de los asuntos más espinosos de la legislatura que viene, y se convierte clarísimamente en el hombre fuerte de Sánchez después de haber sido el principal negociador de la ley de amnistía, la piedra basal de la investidura. Hay hasta cuatro vicepresidentas, y sin embargo a Bolaños se le ha puesto cara de número dos.
En general abundan perfiles más políticos, más fuertes, más duros entre los socialistas, conscientes de que se avecinan años en los que harán falta fajadores y pegadores. Y esta vez no hay voces que vayan a provocar la cacofonía en la que cayó a menudo el Consejo de Ministros anterior. Sigue Yolanda Díaz, que arriesga dejando fuera a Podemos y tendrá que cerrar definitivamente la crisis de nunca acabar con el partido morado. Sigue Teresa Ribera, uno de los valores en alza por sus acuerdos con Bruselas. Y siguen los ministros de las carteras ‘de Estado’: Albares en Exteriores, Robles en Defensa, Marlaska en Interior, todos ellos con la piel curtida tras unos años de aúpa. Política Territorial, por cierto, no va a parar a un ministro catalán: esa decisión de Sánchez es en sí mismo un mensaje, un aviso a navegantes.
España esquivó una bala el 23-J, la misma que acaba de encajar Argentina; vemos balas así en Italia, en República Checa, en Hungría, quién sabe si las veremos de nuevo en Estados Unidos, y hay unas elecciones europeas cerca ―en junio de 2024— que medirán la fuerza de la marea ultra. De momento, en el exterior se adivinan olas temibles: antiliberalismo a menudo con tintes autoritarios en muchas partes a la vez. Y en el interior poco más o menos lo mismo: se avecina una legislatura caliente, que se estrena con protestas en la calle y entre el poder judicial.
Este parece un Gobierno diseñado para gestionar esa acometida, a modo del manual de resistencia de Sánchez. Circulan dos versiones de la intervención de este lunes del presidente en televisión: el Sánchez otra vez ganador contra pronóstico, con la disciplina de victoria de uno de esos jugadores de tenis de fondo de pista; y la cara de agotamiento del presidente en la comparecencia en la que se lee una victoria pírrica y un Gobierno sin capacidad para renovarse, para inspirar, para motivar, para inaugurar una nueva etapa. Elijan ustedes.
Lo más importante que nos pasa en la vida es siempre lo que no teníamos previsto: el diseño del gabinete se hace siempre pensando en la crisis que ya pasó, pero la política española es una implacable máquina de novelar. Vendrán más años malos, y según la profecía de Ferlosio nos harán más ciegos. Aunque va a ser difícil: estos días se habla con una facilidad pasmosa de “golpe de Estado”, de “dictadura por la puerta de atrás”. Chantaje, humillación, indignidad, rendición, sometimiento, ilegitimidad, felonía: esa es la nomenclatura de la sobredosis de moral que nos afecta. Se echa de menos un lenguaje más político, menos basado en esa brújula que nunca decepciona: el miedo. Más Ilustración y menos Romanticismo.
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