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Yolanda Díaz, entre la gestión y el avispero político

La vicepresidenta segunda afronta dos grandes retos: consolidar Sumar en medio de las tensiones internas y poner en marcha grandes promesas del Gobierno

Yolanda Díaz
Yolanda Díaz, en la sede en Madrid del Instituto del Patrimonio Cultural de España, en julio.Claudio Álvarez
Xosé Hermida

El principio de Peter establece que en una organización jerárquica todo el mundo acaba ascendiendo hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia. “Pero Yolanda Díaz ha sido como el principio de Peter al revés”, afirma un veterano político de otro partido que la conoce bien de sus años en Galicia. “Cada salto en su carrera, la pillaba cada vez más madura”. Este rival y a la vez amigo explica así la transformación de la mujer que continuará como vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo. Hace apenas una década, cuando al fin logró salir de las catacumbas de la marginalidad en que se movía IU en Galicia, aún concurría a las elecciones gallegas vendiendo un “programa anticapitalista”. Hoy, cuando se le pregunta por los objetivos de Sumar para los próximos cuatro años, su respuesta evidencia cómo ha bajado al suelo: “Modernizar el país y reducir la desigualdad”.

El nuevo Gobierno supone la culminación del liderazgo que ha conquistado en el espacio a la izquierda del PSOE Yolanda Díaz Pérez (Fene, A Coruña, 52 años), la hija del sindicalista, la militante del PCE que llegó más alto que nunca en las instituciones españolas, la mujer que, pese a todo lo que ha cambiado en ella y en el mundo que la rodea, sigue considerándose legataria de las luchas obreras que vivió desde niña en su propia casa. Primero en Sumar y ahora en el equipo de su espacio político en el Ejecutivo, se podría parafrasear el viejo lema revolucionario para dejarlo en un simple “todo el poder para Yolanda Díaz”.

Su fulgurante ascenso de figura completamente desconocida fuera de Galicia a estrella del Gobierno y de la izquierda se fraguó en varios frentes. En primer lugar, su gestión en el Ministerio de Trabajo frente a todas las dificultades posibles, desde los ERTE hasta la reforma laboral, pasando por las subidas del salario mínimo o la ley de los riders y, en la mayoría de los casos, logrando conciliar las posiciones de todos los agentes sociales. Luego, su empuje dialéctico en el Parlamento, con ese célebre “le voy a dar un dato”. Y como perfecta puesta en escena, su encanto personal: su sonrisa permanente, sus gestos cariñosos, su disposición a hablar con todo el mundo, todo eso que en gallego se resume en el intraducible término riquiña.

Claro que la caricia convive con un puño de hierro. “La gente no me conoce bien, yo soy muy dura, soy más dura que Pablo”, repetía cuando Pablo Iglesias la ungió con el dedo sucesorio. Lo atestigua todo el que ha tenido una fuerte discusión con ella, como lo podían atestiguar sus antiguos compañeros en Galicia, de donde salió huyendo de las peleas internas que hundieron en poco tiempo un espacio político que llegó a ser la primera alternativa al PP. Y al final se ha hecho muy notorio en el desenlace de su pulso con Podemos. No le tembló la mano para dejar a Irene Montero fuera de las listas electorales, ni ahora para no plegarse a sus exigencias en la formación del Gobierno. Es su cromosoma metalúrgico, una herencia más de los aguerridos sindicalistas de los astilleros ferrolanos. Cuando sale a relucir, se muestra implacable. Y sin margen al perdón, aunque sea frente a alguien a quien le unieron tantos lazos personales como Iglesias.

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Algunos de los que fueron sus compañeros más admirados, sus mentores, sus amigos incluso, se han ido quedando en el camino. Le pasó con el líder nacionalista gallego Xosé Manuel Beiras y le ha pasado ahora, de forma mucho más ruidosa y traumática, con el fundador de Podemos. Con Pedro Sánchez, en cambio, la evolución ha sido la contraria. Lo acogió con muchas reticencias, por posiciones políticas, por carácter, por ese machirulismo que suele atribuir a menudo a los dirigentes masculinos y que no se recató en endosarle en público alguna vez al propio presidente. El tiempo, sin embargo, ha soldado una relación muy estrecha entre ambos y una complicidad que va más allá de los gestos que se prodigan en público.

La tradición que ha marcado su trayectoria se evidencia también en su negativa a separar las grandes cuestiones políticas de la gestión de las cosas concretas. Por eso no ha querido dejar el Ministerio de Trabajo, aunque lo tenga que compatibilizar con el liderazgo puramente político de Sumar, tanto dentro como fuera del Gobierno. En su departamento ministerial tendrá que sacar adelante algunas de las principales promesas del nuevo Ejecutivo, como la reducción de la jornada laboral y la reforma del Estatuto de los Trabajadores. Y de nuevo enfrentará la ya anunciada resistencia de la parte empresarial.

El campo político se antoja más repleto de minas todavía. Sumar se ha convertido en un proyecto muy personal y consolidarlo será una de sus grandes misiones, tras haber roto todos los puentes con Podemos. La actitud de los cinco diputados del partido de Ione Belarra se perfila como uno de los múltiples factores de inestabilidad que amenazan al nuevo Ejecutivo. En su entorno dicen que ya se ha acostumbrado a las empresas imposibles, como entrevistarse en Bruselas con el fugado Carles Puigdemont sabiendo que le iban a caer rayos y truenos encima.

Ministros nuevo gobierno Pedro Sanchez
De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Pedro Sánchez (presidente del Gobierno), Nadia Calviño (vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos), Yolanda Díaz (vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo), Teresa Ribera (vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica), María Jesús Montero (vicepresidenta cuarta y ministra de Hacienda), José Manuel Albares (ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europa y Cooperación), Félix Bolaños, (ministro de Justicia y Presidencia), Margarita Robles (ministra de Defensa), Fernando Grande-Marlaska (ministro de Interior), Óscar Puente (ministro de Transportes), Pilar Alegría (portavoz y ministra de Educación y Deportes), Jordi Hereu (ministro de Industria), Luis Planas (ministro de Agricultura), Ángel Víctor Torres (ministro de Política Territorial y Memoria Democrática), Ernest Urtasun (ministro de Cultura), Mónica García (ministra de Sanidad), Elma Saiz (ministra de Seguridad Social), Pablo Bustinduy (ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030), José Luis Escrivá (ministro de Transformación Digital), Isabel Rodríguez (ministra de Vivienda y Agenda Urbana), Sira Rego (ministra de Juventud e Infancia), Diana Morant (ministra de Ciencia y Universidades) y Ana Redondo (ministra de Igualdad).


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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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