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Columna
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Ni la o con un canuto

Determinados medios usan la educación en sus guerras culturales y, antes que informar, se dedican a reforzar sus obsesiones. El informe PISA ha sido el último ejemplo

Alumnos en un instituto de Tordesillas (Valladolid), el martes.
Alumnos en un instituto de Tordesillas (Valladolid), el martes.Emilio Fraile

Les voy a contar un cuento, hoy sobre educación. La mayoría de los medios han publicado desde el lunes que en el último informe PISA los bachilleres (palabra bonita a recuperar) obtenían peores resultados que en anteriores informes. Es una tendencia generalizada a nivel mundial que los expertos achacan principalmente a los efectos de la pandemia en la vida educativa.

EL PAÍS tituló que “España obtiene su peor resultado, pero resiste el batacazo global mejor que su entorno”. A Rubén Arranz, editor de Medios del digital Vozpópuli, le pareció mal, muy mal, que EL PAÍS titulara así y cree que si no gobernara el PSOE... Ya saben, como si el problema no afectara por igual a autonomías gobernadas por socialistas y por populares. Como si no afectara a medio mundo.

El informe PISA nos ha traído sobre todo una ristra de titulares supercalifragilisticoespialidosos, mugre mediática. Carlos Magro, experto en políticas educativas, escribe en Twitter (uno no acaba de acostumbrarse a llamar X a la red social de los trinos) que “da igual lo que digan los datos del informe, lo importante es que nada estropee tu relato”, en relación a esos titulares fachosféricos. Este indignado experto cree que lo que confirman muchos titulares es el nivel subterráneo de bastantes medios. Cuenta que, “salvo excepciones, los artículos están llenos de interpretaciones abusivas, deducciones más que dudosas y mentiras flagrantes mezcladas con algún dato correcto. Todo en un lenguaje de catástrofe y ruina”.

Repasemos los disparates. El Mundo tituló que “los alumnos españoles caen en todas las áreas del Informe PISA y logran los peores resultados de la historia en Ciencias y Matemáticas”. En su subtítulo asegura que “los malos datos no sólo se explican por la covid. El 33% de los adolescentes admite que se distrae con las pantallas en el aula”. El Periódico señala que “el PISA poscovid confirma el descalabro en matemáticas y lectura en España y el resto del mundo”. Abc: “La inmersión lingüística pasa factura a los alumnos de Cataluña y el País Vasco en el informe PISA”. Magro señala lo que para un experto educativo puede ser una sorpresa, pero para servidor es el pan de cada día: que los medios usan la educación en sus guerras culturales y antes de informar se dedican a reforzar sus obsesiones.

Denuncia este experto cómo la OCDE (responsable del informe PISA) y los medios han convertido “la complejidad de la educación” en unas clasificaciones “de apariencia sencilla que se leen como si se tratase de una competición deportiva”, cuando “la realidad es que los datos del informe son complejos y casan mal con análisis simplistas y burdos”. En esa guerra cultural, las cabeceras más conservadoras se han puesto desde el principio en contra del aprendizaje por competencias, pero después usan el informe PISA, basado en una prueba de competencias, como un libro sagrado.

Manuel Fernández Navas y Jordi Adell desmontan en las redes la información de El Mundo. El texto de la noticia dice que “los alumnos españoles de 15 años […] han tocado fondo en Matemáticas y Ciencias”. Nadie tocó fondo; es una expresión que busca vender un relato de desastre absoluto que es falso. Fernández Navas también explica cómo El Mundo habla de “excelencia” cuando quiere decir “segregación” del alumnado, y denuncia que el periódico que dirige don Joaquín Manso entrecomilla un artículo propio de opinión como si fuera parte del informe PISA. De primero de tergiversación periodística. De periódico que cree que tiene lectores tarugos.

La mayoría de los medios no pueden ni leerse el informe PISA, para empezar porque lo tienen en sus redacciones apenas 24 horas antes de su publicación y suma 261 páginas. No lo necesitan porque quieren simplificar, buscar el enfoque que sea afín a su línea editorial y dar con titulares llamativos. Lo último que quieren es informar. Y no hacen falta revistas especializadas en periodismo educativo; hace falta simplemente un poquito de periodismo decente y no agarrar esas 261 páginas con la única intención de atizar en la cabeza al político de turno o a un sistema inclusivo que no les gusta porque no separa a los niños en función de los ingresos de sus padres.



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