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COLUMNA
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El Parlamento español, señor del relato

Las leyendas e historietas han servido hasta ahora de consuelo y de entretenimiento para el independentismo, pero de poco servirán en el futuro. Solo vale la palabra hecha ley gracias al único titular de la soberanía indivisible

El hemiciclo del Congreso de los Diputados.
El hemiciclo del Congreso de los Diputados.Claudio Alvarez
Lluís Bassets

Se acabaron las burbujas verbales. Punto final a los textos y relatos construidos con palabras vacías, leyendas, tergiversaciones y embustes, compañeros durante más de una década y hasta ayer mismo del proyecto de secesión catalana. Lo que empezó con una exhibición de fuegos de artificio verbales y transcurrió como un río de verbosidad, incluso en imitación de los procedimientos legales, solo podía despedirse con el canto del cisne de una explosión narrativa, mayormente historicista y victimizadora, en forma de acuerdo de investidura entre Junts y el PSOE.

Todo adquiere ahora otra luz con la ley de amnistía y, sobre todo, con su detallado preámbulo. Desaparecen las sombras, legítimamente sospechosas y, por tanto, preocupantes, y queda a la intemperie la realidad, los hechos generados por las palabras que serán ley y la inanidad de las palabras que pretendieron ser ley y solo ocasionaron división, inestabilidad y penalidades. Está dicho explícitamente en la literalidad de ese texto que van a votar todos y cada uno de esos diputados, hasta ayer empecinados en persistir en sus embustes e incluso en sus amenazas.

El único señor de la soberanía, reivindicado con énfasis en el preámbulo de la ley, son las Cortes Generales, el Parlamento español, que es también el señor del relato. Todas las otras leyendas e historietas sirvieron hasta ahora de consuelo y de entretenimiento, pero de poco servirán en el futuro. Solo vale la palabra hecha ley gracias al único titular de la soberanía indivisible, el que acordó la suspensión constitucional del Estatuto catalán cuando fue necesario y va a decidir ahora recuperar la palabra legal y la iniciativa del derecho de gracia en un tiempo nuevo, con el triple objetivo orientado por el interés general de superar un conflicto, mejorar la convivencia e integrar las distintas sensibilidades políticas.

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Quien vote esta ley va a votar también este preámbulo, perfectamente vinculante y de consecuencias jurídicas, puesto que pesará de forma definitiva en la resolución por el Tribunal Constitucional si fuera el caso, como será el caso, y, por tanto, en la aplicación de la amnistía a los tres centenares de afectados. No debe extrañar a nadie: esos diputados hasta ahora reluctantes han votado la actual Mesa del Congreso, votarán la investidura y votarán luego la ley de amnistía, después de haber votado consecuentemente en contra de una propuesta de la CUP que proponía al Parlamento catalán volverlo a hacer. Y puede incluso que sigan votando luego en idéntica dirección.

Podrán persistir todavía en palabras provocadoras, pero sus comportamientos parlamentarios expresados con sus votos las convierten en flatus vocis, voces que se lleva el viento. No lo volverán a hacer, por más que sigan pataleando. Igual sucede con las declaraciones de soberanía, leyes de desconexión, proclamaciones unilaterales de independencia e instituciones fantásticas y pretendidamente republicanas, piezas de un castillo narrativo que no supieron defender y traducir en hechos y que ahora deconstruyen con sus votos para regresar al lugar de donde nunca debieron partir, que es el del buen y razonable uso de la palabras como instrumento de diálogo y de pacto.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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