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Campañas electorales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El microactivismo electoral

Hay una belleza especial en lo simple y amateur. Es una materia prima no adulterada o domesticada por las lógicas publicitarias o del marketing político

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Una manifestante protesta con un meme en una marcha por los derechos de los maestros en Glasgow, Escocia, en 2018.SOPA Images (LightRocket via Getty Images)
Antoni Gutiérrez-Rubí

Las campañas electorales más efectivas son las que despiertan la imaginación colectiva, las que son desbordadas por los propios activistas y simpatizantes, las que generan movilización autónoma y creativa al margen de las estructuras centralizadas de los partidos y de las candidaturas.

Días atrás, en plena campaña argentina, llamó mi atención un hilo de Twitter de una periodista (@ceciazul) que recopilaba pequeñas acciones y contenidos desarrollados íntegramente por militantes o activistas. Unos cometas hechos con los carteles reciclados de un candidato, carteles caseros que alertaban sobre los recortes en la salud pública, diseños e ilustraciones (algunas con Inteligencia Artificial), intervenciones en publicidad electoral y otros tantos ejemplos que fueron sumando otros usuarios y usuarias.

Estas “micromilitancias” son expresiones creativas y con vocación persuasiva que se originan de forma independiente y autónoma desde las bases o incluso desde la ciudadanía. Este “microactivismo”, como prefiero llamarle, surge en los márgenes, sin control de quienes deciden o decidimos las estrategias en una campaña electoral. Son una energía creativa y política diferente, con altísima penetración en la conversación al ser depositarias de una autenticidad y espontaneidad que las legitima de manera especial. Estas artesanías de comunicación política son genuinas y ahí radica su efectividad. Su simplicidad no profesional las revierte de una atmósfera amateur pero que no las impide ser muy compartidas y virales. Las personas comparten con más facilidad una pieza autónoma que una propaganda política, por muy bien hecha que esté.

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Esta no es la primera vez que el microactivismo trasciende el anonimato. Algo similar habíamos advertido en las campañas de Gabriel Boric (Chile, 2021), Bernie Sanders (Estados Unidos, 2016) y Manuela Carmena (Madrid, 2015), esta última también analizada por las investigadoras María López-Trigo Reig, María Puchalt López y Victoria Cuesta Díaz. Para Sebastián Kraljevich, que fue asesor del ahora presidente chileno, el desborde es siempre una buena noticia: “Cuando eso sucede, uno no quiere y no puede controlarlo. No hay forma de corregir a los memes o a la gente que está golpeando puertas”. Este caso en concreto, tal como describe Júlia Alsina, fue singular por la «emergencia de comandos autoconvocados y autogestionados».

Son varias las razones que explican el éxito del microactivismo, que, como toda acción de campaña, puede ser online, offline o híbrida, como apunta Xavier Peytibi en su libro Campañas conectadas: la desintermediación, la capacidad expresiva y creativa, la inteligencia de las multitudes, la conexión con el territorio o comunidad en donde nace la iniciativa, y el efecto contagio, que a veces toma la forma de un reto activista muy dinamizador. Finalmente, la expansión y popularización de las herramientas de Inteligencia Artificial generativa, como son ChatGPT, Midjourney u otras, representa una oportunidad enorme para el microactivismo, que se vuelve más rápido y productivo, aunque, quizá, más predecible y menos creativo.

A esto hay que sumar el microactivismo que puede surgir dentro de algunas comunidades de intereses o fandoms, como está sucediendo ahora en Argentina con las y los swifties, otakus y k-popers. Los posicionamientos políticos dentro de estas redes, como ya habíamos visto en Estados Unidos, cuando aficionados del K-pop boicotearon un mitin de Donald Trump, se mueven muy rápido y son tremendamente persuasivos.

Hay una belleza especial en lo simple y amateur. Es una materia prima no adulterada o domesticada por las lógicas publicitarias o del marketing político. Una energía creativa que conecta de manera directa y auténtica y que permite convertir las campañas en conversaciones. Ahí esta la clave: de persuadir a compartir, de ser espectadores y consumidores de propaganda política a ser protagonistas de la misma campaña.

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