¿Por qué los seguidores de Taylor Swift vivimos sus noviazgos como si fuesen los nuestros?
Tras la ruptura con Joe Alwyn, y el posterior rumoreado noviazgo con Matt Healy, cantante de la banda The 1975, los seguidores de la artista no han dejado de teclear en redes sus sentimientos encontrados
Una pesadilla disfrazada de sueño, como ella misma se autodenomina en Blank Space, uno de sus grandes éxitos musicales. Una escritura febril, condensada entre el odio, la razón y la pasión, y a la vez expandida en versos que se comparten en Twitter a la velocidad del relámpago. La Annie Ernaux de Tennessee. Unas letras capaces de congregar a humanos, ángeles y demonios. Un ejercicio vandálico de expresión en el que no existen medias tintas.
Taylor Swift ha convertido su carrera musical en su diario. O su diario en un espectáculo visual, sonoro y vitalicio. En cualquier caso, la cantante ha transformado su mundo interior en una máquina de unión social y de fervor adolescente. Swift es pionera en dejar en evidencia a todos su ex, en hablar de todos los fallos insalvables de aquellos hombres que la llevaban a cenar, pero cortaban con ella por teléfono al día siguiente. También ha sido justa con la causa y se ha considerado parte del problema, ya sea por el morbo o por el alto precio a pagar por una narrativa contundente.
La estadounidense ha recibido críticas por emplear su vida privada como elemento inspiracional único y exclusivo. Como si la música no fuese precisamente eso. Una forma de sobrellevar el rechazo amoroso, el hastío vital. Como si el objetivo primordial de la creación artística no se basase en intentar contener en un cubículo, en un espacio cerrado y concreto, el siempre complicado y asalvajado concepto del amor.
Se la ha acusado de intensa, de visceral, de ‘niñata’, de excesivamente emocional. Pero todo lo anterior no escapa a la horda de seguidores hipervigilantes, voyeurs, detectives de primera clase que Swift atesora. La confirmación de la ruptura de la cantante con Joe Alwyn, actor británico y su pareja durante seis años, ha terminado de dinamitar la vida social de los swifties, que veían en él la ansiada figura del elegido.
Los rumores del fin de la relación fueron el equivalente centennial -y millennial– de un cónclave papal. Esperando la fumata blanca o negra, buscaban cualquier señal o gesto estrambótico en sus conciertos o apariciones públicas para constatar la noticia. ¿Por qué Joe Alwyn no la está acompañando en sus primeros conciertos del The Eras Tour? ¿Por qué no ha habido apariciones públicas de la pareja en varias semanas? ¿Por qué Taylor ha aparecido en cierto concierto con un lápiz labial de distinto color, quiere decir eso que vuelve a estar soltera?
El posterior baile de la conquista entre Fernando Alonso —un bulo curado en internet— y Matt Healy, el cantante del grupo The 1975 del que Swift es fan, obligó a los acérrimos de la intérprete a sacar la escuadra y el cartabón y configurar su particular Juego de la Oca. Porque no es suficiente que a ella le guste un hombre o que tenga un prototipo concreto, también tiene que agradarle a aquellos que la escuchan.
Los swifties son el equivalente a ese amigo que no aprueba a ninguna de tus parejas: uno porque se droga demasiado, otro por ser incapaz de poner una lavadora a la semana, el tercero por darte largas los fines de semana y el último, ese que conociste en el bar y que promete ser el definitivo, por querer fluir demasiado. Parece que el listado de capacidades requeridas en una relación no depende tanto de la persona que esté en ella, sino del tercero que la observa y opina.
Cuando lo anterior se da entre una celebridad y sus seguidores, se produce un fenómeno parasocial. Algo platónico, unilateral, dedicado y de movimiento tectónico. Una relación entre dos partes, pero en la que sólo uno de ellos es consciente del tiempo dedicado, de las quejas, de las adulaciones o de las particularidades del otro. Para hablar de parasociales tenemos a los swifties, que viven paralelamente las relaciones de la cantante.
“Una relación parasocial se puede vivir tan cercana como la que tendrías hacia tu hermana o hacia tu mejor amiga”, declara a S Moda Patricia Sánchez Merino, psicóloga. Es precisamente esa sensación de conexión, de pertenencia, la que hace que dicho fenómeno cuente con altas dosis de intensidad. “Al final es como si les estuviera pasando a ellos mismos”, tanto lo bueno, como lo malo.
Lo parasocial cuenta con ciertas características que convierten a este tipo de relaciones en diametralmente opuestas a las interpersonales. “Evidentemente, no es recíproca”, pero no solo eso. El fan que establece ese vínculo de conexión con una artista o celebridad sabe que lo que les une es unilateral, “pero no importa”. Mueren matando si es necesario. Otra clave de las relaciones parasociales es que no requieren de una presencia… y tampoco de una bombona de oxígeno natural. “Tenemos que estar en contacto con esa persona y no necesariamente tiene por qué estar viva”, explica.
De Love Story, pasando por You Belong With Me o Cardigan, Taylor Swift siempre ha lanzado un capote a las personalidades afincadas en los libros de Jane Eyre. A los individuos que, entre un Matcha Latte y un libro de Anagrama, suspiran por encontrar una correspondencia casi tan leal como la del servicio postal. “El fenómeno fan se incrementa en ese sentido porque ve que en esas historias, y en esas letras, una representación”, indica Sánchez Merino. Se trata, al fin y al cabo, de un espejo “de episodios que también han podido vivir en algún momento de su historia”.
Las relaciones parasociales encuentran un caldo de cultivo “tremendo” en redes sociales. No en vano, a raíz de unas instantáneas en las que Swift salía de un bar de la mano de Matt Healy -un noviazgo todavía sin confirmar, como tampoco se ha confirmado la supuesta ruptura de esta semana-, los perspicaces swifties dedujeron dos cosas tras ver que la nariz de la intérprete se había desprendido del maquillaje que sí permanecía en el resto de su cara: que los besos entre ambos habían sido el principal tema de conversación o que los hábitos de consumo de él se habían impregnado en ella.
Solo internet es capaz de convertir un vídeo de apenas cinco segundos en un doctorado de intenciones romántico-festivas. La ventana que las redes sociales ofrecen a la vida privada de los personajes públicos es lo que acrecienta la sensación de nexo entre el fan y el artista. “Podemos ver a qué supermercado van a comprar, con quién cenaron el viernes por la noche, cómo es su casa por dentro”, enumera Sánchez Merino. “Todo eso da mucha más sensación de cercanía y aumenta, más si cabe, el pseudovínculo”.
Los easter eggs (huevos de pascua) son el decálogo de los fans de la cantante. Son las pistas, un juego del Profesor Layton. Los guiños que Swift enarbola para anunciar un nuevo álbum, una reedición de otro o una ruptura. Un aliciente extra que mantiene a su comunidad parasocial en el filo del abismo. Si la cantante ha realizado un discurso en el que se retracta de haber dedicado su álbum Lover a su ex, sus palabras se reproducen de forma vírica por las diversas aplicaciones. Hace unos años, esta cercanía con el personaje a admirar era, ante todo, impensable.
“Si eras muy fan de Julio Iglesias tenías que aprovechar esos momentos en los que hacía un reportaje en el ¡Hola! o de repente aparecía en una gala de Televisión Española”, indica la psicóloga. “Hoy en día puedes estar supervigilante de qué es lo que pasa”. Las redes sociales no solo aumentan el vínculo parasocial, también generan “una mayor sensación de reciprocidad”, es decir: “Hay una sensación de pensar ‘sabe que estoy aquí’ y en algún momento me puede llegar a contestar”.
Ya sea porque la bufanda roja que dejó en casa de la hermana de Jake Gyllenhaal se haya subastado en Sotheby’s o porque su vida amorosa siga siendo una convulsa locura, Taylor Swift no teme a presentar a su próxima pareja a su familia, más bien a su público más exigente.
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