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COLUMNA
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La patronal contra el futuro

La sentencia que obliga a revertir la peatonalización de zonas de Barcelona refuerza un principio tóxico: las calles deben ser, en primera instancia, para los coches

Varias personas paseaban el jueves por la barcelonesa calle de Consell de Cent.
Varias personas paseaban el jueves por la barcelonesa calle de Consell de Cent.Kike Rincón
Jordi Amat

Un lobby de comerciantes barcelonés, que tiene como socios o patrocinadores a los principales actores que sostuvieron una cruzada contra el Consistorio de Ada Colau durante ocho años, ha conseguido en los juzgados una victoria que retrata cuál es su visión del futuro de la ciudad. También tendrá consecuencias negativas en la salud pública de quienes son, en teoría, sus potenciales clientes: está en su mano ejecutar la sentencia que obliga a revertir procesos de peatonalización emblemáticos en el barrio del Eixample y, naturalmente, han conseguido frenar ya una transición urbana cuyo objetivo a medio plazo era la reducción del uso del vehículo privado por las calles del centro. Su planteamiento, expuesto como una defensa de sus legítimos intereses, en realidad ha formado parte de un acoso político sistemático de empresas monopolísticas y medios de comunicación, pero a efectos prácticos, al fin, como una consecuencia indeseada tras tanta beligerancia maniaca, ha acabado por transformarse en una nefasta batalla contra el futuro.

La alucinante sentencia dictada el 5 de septiembre por el Juzgado 5 de lo Contencioso Administrativo de Barcelona, que ha sorprendido a los propios demandantes, ha coincidido esta semana con la difusión por parte de Naciones Unidas del primer balance del Acuerdo de París. En 2015, y en virtud de ese acuerdo, los firmantes se comprometían a establecer medidas de mitigación, adaptación y resiliencia al cambio climático. Son medidas que están transformando también las ciudades, como escribía el geógrafo Oriol Nel·lo, instalándonos en un cambio de época comparable al que atravesaron las grandes urbes con la llegada del ferrocarril o la generalización del uso del automóvil. Medidas concretas del cambio urbano lo son, entre otras, la plantación de árboles, la instalación de carriles bici (contra los que gobierna la taladradora de Vox) o la peatonalización. Pasa en las principales ciudades del continente. Pasa en París, pasó en Valencia, pasa en Londres. Precisamente por ello, para acelerar esa transición, una partida de los Fondos Europeos de Recuperación se ha destinado a financiar estas intervenciones. Para luchar contra el cambio climático. Para mejorar la salud pública. Porque los peores escenarios previstos en 2010, se explicita en el informe para Naciones Unidas publicado este viernes, hoy parecen mucho menos improbables. Carlo Buontempo, director del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, lo repetía el viernes en RNE con los datos en la mano: en cinco años se ha acelerado el calentamiento global y es hora de adaptarse, también en las ciudades, porque la ciencia evidencia que el futuro no tendrá mucho que ver con el pasado.

Esta adaptación implica una adecuación de leyes y normas a los nuevos tiempos. Porque el cochismo puede aprovechar esos resquicios para seguir envenenando. Precisamente, la falta de adaptación del Plan General Metropolitano de 1976, junto a otros defectos formales, era la base de la demanda de la asociación de comerciantes y lo que ha permitido dictar esta sentencia que refuerza un principio tóxico: las calles deben ser, en primera instancia, para los coches. La paradoja es que otras transformaciones de gran calado realizadas durante las últimas décadas en Barcelona, con alcaldes de diferentes partidos, se realizaron sin modificar dicho plan. Son transformaciones que actualmente tienen el apoyo entusiasta de los vecinos, que han mejorado la vitalidad del comercio en los barrios y, sobre todo, que no han provocado los colapsos y problemas de tráfico anunciados como las siete plagas. Unos problemas de circulación que el lobby denunció machaconamente en una rueda de prensa inolvidable, caracterizando el centro de la ciudad como un infierno desde la peatonalización que ha cambiado el barrio. Aunque al mismo tiempo, precisamente este mismísimo miércoles, el presidente del lobby publicó un artículo optimista cuya primera frase era esta: “La capital catalana cierra el verano con buena nota respecto al turismo de compras”. Porque este sí es el problema para quienes apenas paseamos por el casco antiguo, no porque no podamos circular o aparcar allí, sino porque esa zona ya es patrimonio de los turistas. La campaña de marketing que ahora nos proponen no puede ser más persuasiva: “¡Qué vuelvan los coches!”.



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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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