Terrorismo aéreo
Los objetivos civiles y culturales de los drones rusos buscan destruir la identidad nacional y debilitar la moral de resistencia ucrania
El bombardeo aéreo es el recurso que tiene más a mano Vladímir Putin como respuesta ante los reveses y las dificultades que surgen en su catastrófica invasión de Ucrania. A excepción de la inicial ofensiva relámpago, no se conocen avances de sus ejércitos y ahora, además, apenas consiguen mantener firmes las líneas ante la cada vez más mordaz ofensiva de Kiev. El puente de Kerch, el único nexo de unión directa entre Crimea y el territorio ruso, ha quedado interrumpido por segunda vez gracias a un ataque con drones marítimos, que lleva la firma de Ucrania aunque no haya sido reconocido por sus autores. Es una nueva demostración de la extrema fragilidad del control militar ruso de la península con la que el Gobierno de Volodímir Zelenski acompaña su permanente reivindicación de la soberanía sobre el entero territorio. A la vez, es enorme la confusión alrededor de la compañía privada Wagner, desplazada ahora a Bielorrusia y con su jefe Yevgueni Prigozhin en incierto paradero y con un dudoso futuro. A pesar de la opacidad putinista, es imposible ocultar el nivel de división y desorden entre mandos y cuerpos de ejércitos, privados y regulares.
Tras romper el acuerdo con Naciones Unidas y Turquía de mantener abierto el transporte marítimo de cereal ucranio, el Kremlin ha desencadenado una campaña de bombardeos sobre las instalaciones portuarias y depósitos de grano y petróleo de Odesa y de Mikolaiv para impedir que sea Ucrania la que intente organizar por su cuenta la reapertura de los canales comerciales. La ofensiva evidencia a la vez la fragilidad de la región de Odesa en cuanto a defensas aéreas. A diferencia de Kiev, donde prácticamente todos los ataques aéreos son interceptados, en la cosmopolita ciudad portuaria son numerosos los impactos sobre el objetivo buscado.
Es reveladora y especialmente condenable la destrucción de la catedral ortodoxa de la Transfiguración, junto a una veintena de edificios del centro de la capital, clasificado como patrimonio de la humanidad por la Unesco. Esta iglesia construida en el siglo XVIII fue ya dinamitada por Stalin en 1936 y reconstruida hace 20 años como símbolo histórico de la identidad de Kiev. El ataque a edificios, monumentos y símbolos culturales es una constante en una ofensiva que busca la destrucción de la identidad nacional ucrania y se pueden caracterizar por tanto como crímenes de guerra. También los drones de Ucrania han alcanzado de nuevo Moscú, donde dieron en edificios elevados del centro de la ciudad, en una abierta respuesta sin víctimas y de tono menor a una escalada aérea de Putin sin significado militar, pero destinada a debilitar las alianzas y a aterrorizar y minar la moral de los ciudadanos.
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