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El negocio de la guerra

No ha habido conflicto bélico que no incorporara una maquinaria recaudatoria que inclina la balanza económica hacia los sectores más dañinos del poder

Wagner Yevgeny Prigozhin Bajmut
El fundador del grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin (izquierda), junto a otros combatientes en Bajmut.REUTERS
David Trueba

Se nos olvida sistemáticamente que la guerra es también un negocio. No ha habido conflicto bélico que no incorporara una maquinaria recaudatoria que inclina la balanza económica hacia los sectores más dañinos del poder, llevando a la miseria a la población mientras enriquece a una élite indiferente y sagaz. Sucede de manera idéntica con la educación, si es convertida en un negocio termina por establecer una sociedad civil cortada en lonchas de intereses y estratos desiguales de condición. No ha sido este grupo Wagner de mercenarios rusos el primero en explotar los recursos de la guerra. Habría que saber si el nombre fue elegido como símbolo del nacionalismo que se erige en negocio para avispados o es un azar sinfónico. El caso es que las legiones de fusileros en nómina no son ninguna novedad. La guerra también precisa de la ingeniería fiscal, con subcontratas y externalización del dolor, para que así la población siga pensando que hay algo romántico y ejemplar en el frente. No lo hay. Incluso en aquellos casos en que el enfrentamiento es inevitable para conservar la dignidad, que puede ser lo que sucede en Ucrania, termina por entregarse al latrocinio y la rapiña. Además de dejar por generaciones una subterránea red de extorsión, criminalidad y delincuencia organizada.

La repugnante manera en que se tejió la invasión de Irak por las fuerzas de una supuesta coalición democrática ya nos dejó un rosario de subcontratas que a modo de ejército paralelo extrajo divisas, riqueza y recursos de una tierra que quedó asolada y arrasada. Fue entonces, bajo el paraguas de democracias consolidadas, donde crecieron estas empresas de mercenarios a sueldo, no tanto emparentadas con las legiones de convictos y criminales reciclados, sino con las peonadas de esclavos y la pingüe rentabilidad de la seguridad privada. De esta manera sutil empezamos a conocer los nombres y tejemanejes de sociedades como Blackwater, Triple Canopy, DynCorp y Halliburton, cuya imbricación con la extracción petrolífera y la profesionalización del fenómeno paramilitar resultaron ser de preciado servicio para los mediocres geoestrategas de la invasión iraquí. Lo sucedido con la asonada del cacique Yevgueni Prigozhin y su corta marcha desde el frente ucranio hacia Moscú no deja de ser un sainete con alma de tragedia.

La carnicería desatada en Ucrania conlleva cientos de muertes diarias y vamos camino de las 500 noches de guerra. Por más que Putin sostiene un ataque con misiles a distancia que tranquiliza a los ciudadanos rusos con la idea de superioridad militar sin riesgo personal, la verdad es distinta. Un avance nimio y el establecimiento de un frente sanguinario es la única conquista de esta aventura fallida. En ella, claro está, el negocio ha sido fructífero. No solo para los aventureros y quienes engrosan con presos y desesperados las filas de los batallones patrióticos, sino también para la cómoda élite de la industria armamentística que ha visto girar las prioridades de los gobiernos occidentales desde la reducción de los gases contaminantes hasta el aumento de los arsenales nacionales. Un desastre que pagaremos durante décadas y del que solo parece culpable la personalidad infantilizada de Putin, tan admirada por nuestros Berlusconis y esa derecha nacionalista europea sobrada de máscaras. Hay que poner remedio a esta extracción económica que es también una salvajada.

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