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Columna
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Wagner: el ocaso de los dioses

Los hechos son campanudos para Vladímir Putin. Políticamente, que una de sus facciones se cierna sobre su capital con tanques y metralletas es un golpe de Estado agravado

Retirada de un cartel de reclutamiento del Grupo Wagner, el sábado en San Petersburgo.
Retirada de un cartel de reclutamiento del Grupo Wagner, el sábado en San Petersburgo.AP
Xavier Vidal-Folch

¿Metáfora, augurio? ¿Copia el arte a la realidad? En El ocaso de los dioses, Richard Wagner musica un anillo labrado con oro robado que acarrea la muerte del protagonista y la destrucción del paraíso.

Los hechos son campanudos para Vladímir Putin. Políticamente, que una de sus facciones —mercenaria— se cierna sobre su capital con tanques y metralletas es un golpe de Estado agravado: por la icónica solemnidad de la marcha.

Los detalles cuentan. Fue interrumpido a (poco) fuego, muchas trincheras, la capital cerrada, su sagrario (la plaza Roja) aún clandestinizado... y recurriendo a otro impostor subvencionado, el bielorruso, para lograr la mediación con el insurgente. La distancia entre los sublevados de la división Wagner y Moscú llegó a ser mínima, quizá 400 kilómetros. Menos que el trayecto Barcelona-Madrid. Mucho menos aún en términos rusos: entre Rostov y el confín de Vladivostok median 6.795 kilómetros, cinco veces más que entre La Jonquera y Ayamonte.

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La debilidad del imperio se reveló patética. Agravada por el agujero causado a la potestas de Putin: si en la mañana de San Juan conminó al traidor (sin atreverse a nombrarlo) y le amenazó con una represión “contundente”, enseguida se avino a no procesarle (¡!), a no perseguirle (¿quién le envenenará?, ¿cuándo?) y a facilitarle un exilio dorado cercano.

Las grietas de la satrapía a las que apunta con tino Tony Blinken acechan al edificio entero. ¿Dónde queda la firmeza disuasoria contra disidentes y manifestantes liberales? ¿Cómo suturar el éxodo de los conscriptos a filas? ¿Acaso ese temblor de piernas no incentivará a los rusos de Ucrania que bombardearon Bélgorod? ¿No se achica al mínimo la distancia a Moscú para los aficionados a dronear el Kremlin en días laborables?

Las autocracias no suelen descascarillarse. Quiebran. Aquí lo sabemos bien. Pueden endurecerse a la hora de los penaltis, como la del Caudillo, que murió matando dos meses antes de su sangría final, el 27-S de 1975. Pero desde que el almirante falleciera dos años antes, su régimen era ya cadáver, carente de toda expectativa de autoprolongación.

Eso, en lo político. En el frente militar, Wagner ha sido la más eficaz y cruel unidad de élite —oficiosa— del Ejército regular invasor. La que demostró saber cómo se conquista una ciudad, Bajmut. Veremos qué ánimo muestran las quintas del biberón.

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