La estafa del decrecimiento
El economista Branko Milanovic ha explicado que el decrecimiento es pensamiento mágico. No solo significaría que los países ricos deberían reducir su nivel de vida; impediría que los países pobres escaparan de la pobreza
A menudo el método que se propone para resolver una crisis coincide con la idea que siempre ha guiado a quien sugiere la solución. Algunos ven en el cambio climático la ocasión para atacar al enemigo de siempre: el capitalismo. La receta que proponen es menos consumo y más control. Ha salido mal otras veces, pero la emergencia ofrece una nueva oportunidad. Una de las peores ideas para combatir el cambio climático es el decrecentismo, que atrae con su kitsch rousseaniano. El Parlamento Europeo acogió un congreso dedicado al movimiento, y de vez en cuando se entrevista a alguno de sus defensores porque, quizá para su disgusto, ha escrito un bestseller. En sus observaciones, lo que es verdad es obvio ―el PIB es una medida insuficiente― y lo que no es obvio no es verdad.
El economista Branko Milanovic ha explicado que el decrecimiento es pensamiento mágico. No solo significaría que los países ricos deberían reducir su nivel de vida; impediría que los países pobres escaparan de la pobreza. Exige condenar a los habitantes de esos países a una pobreza perpetua, y convencer a nueve de cada diez occidentales de que reduzcan sus ingresos. Como ha escrito Noah Smith, “puesto que los decrecentistas han preferido presentar sus ideas como si trataran fundamentalmente de reducir el PIB, lo que hacen es convertir el declive económico en una virtud”. El movimiento “capacita y empodera a un conjunto de actores cuyo principal objetivo es la estasis física y social, aunque esa estasis no sea exactamente lo que desean los decrecentistas”. Según Smith, en el decrecentismo se combinan el desprecio y la ignorancia de la bibliografía académica estándar, lo que contribuye a la jerga autorreferencial y a la circularidad argumentativa: algunos autores dicen que no es posible crecer sin un aumento de emisiones porque nunca ha ocurrido. Pero lo que no ha ocurrido nunca es un decrecimiento voluntario, mientras que la combinación de reducción de emisiones de CO2 y crecimiento ya se ha producido. Los decrecentistas aseguran que no se haría sufrir a la gente común; de hecho, explican, el cambio permitiría desarrollar otros proyectos: cada uno puede escoger la utopía que prefiera y añadirla, envuelta en farfolla aparentemente izquierdista. Según ellos, no descendería nuestra calidad de vida, gracias a impuestos a los ricos, prohibición de jets privados y tasas al lujo: produciendo menos habría más para todos. Como todo pensamiento mágico, antes que nada es una estafa. @gascondaniel
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