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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Odiados por querer salvar el planeta

La protesta de unos ecologistas en la Piazza Navona de Roma, cuya fuente tiñeron de negro, fue muy criticada en redes donde se tildó a los activistas de “ignorantes” y “delincuentes”

Los activistas de Ultima Generazione son sacados a la fuerza por la policía de la fuente de los Cuatro Ríos, en la plaza Navona, en Roma.
Los activistas de Ultima Generazione son sacados a la fuerza por la policía de la fuente de los Cuatro Ríos, en la plaza Navona, en Roma.Cecilia Fabiano /LaPresse (LaPresse)
Carla Mascia

La última vez que vi la Fontana di Trevi en Roma me costó mucho esfuerzo retener las lágrimas. Mirara por donde mirara solo veía a una horda salvaje sedienta de selfies buscando el mejor ángulo desde el que sacar la codiciada foto. Volaban los insultos y los codazos, el bótox y las poses impostadas, en una plaza que parecía haberse convertido en el set de la versión moderna de Monstruos de hoy de Dino Risi. En medio de la multitud, los pobres vigili urbani asignados a la custodia de la fuente se dedicaban a pitar y multar a los turistas que pillaban escalando el monumento. Se les veía desbordados. Como Lucia, una mujer que rondaba los cincuenta, quien me contó que antes de integrarse al cuerpo policial había sido bailarina y profesora de baile de Mastroianni en el rodaje de Ginger y Fred de Fellini. A ella el turismo de masas y el deterioro de los sitios culturales le daban bastante igual, a pesar de haber convertido su profesión en un calvario. Lo que quería era hablar de lo guapos que eran los actores franceses y de Salvini, al que adoraba. En los últimos días, me acordé de Lucia al ver en Twitter que activistas climáticos de Ultima Generazione se habían metido en otra fuente, la de la Piazza Navona, para teñir el agua de negro, “como nuestro futuro”.

¿Qué pensaría? ¿Que son unos “imbéciles”, unos “ignorantes”, unos “delincuentes” que se “merecen la cárcel” o recibir “un par de bastonate” (bastonazos), la amenaza preferida de los nostálgicos del fascismo, como sugieren la mayoría de los tuiteros que comentaron el vídeo? ¿Creería también, como denuncian otros usuarios, que lo único que consiguen estas acciones es “socavar el consenso popular sobre la causa ambiental”? O quizá se convencería, al igual que parte de la extrema derecha italiana conspiranoide, de que el magnate George Soros es el que financia estas protestas. Un complot, por si faltaran argumentos delirantes, respaldado por la “nueva izquierda italiana” para evitar que la gente “piense en los problemas reales”, como afirma un tuitero seguidor de Giorgia Meloni.

La hostilidad descomunal y la condescendencia que despiertan las actos de esta nueva generación de activistas ecologistas ―desde tirar tomates o puré de patatas sobre obras de arte en los museos hasta pegarse las manos con cola en autopistas― no deja de llamarme la atención precisamente porque no se circunscribe a la esfera política de la derecha y extrema derecha, donde radican los más escépticos. En este mismo periódico hay sobrados ejemplos de columnas que les critican, bien porque consideran que “su performance política es de una banalidad insufrible” o porque los perciben como “los heraldos de un nuevo totalitarismo”. En resumidas cuentas, está muy bien que quieran denunciar el futuro apocalíptico que espera a su generación (y no solo), pero no lo hacen de la manera correcta. A mí me gustaría que nos dijeran cuál es la forma idónea porque tiempo para pensar soluciones, o al menos cómo presionar y despertar de su letargo a unos políticos entregados al cortoplacismo, no es que quede mucho.

“¿Cuál es el comportamiento apropiado en un mundo demencial ante una situación desesperada? ¿Qué es lo normal cuando el mundo se ha vuelto loco?”, se preguntaba al respecto Philipp Blom hace unos meses en el suplemento Ideas, donde comparaba la radicalización de los movimientos ecologistas con el hecho de que las sufragistas hubieran recurrido a la acción violenta como única vía de conseguir el derecho al voto en el siglo XX. ¿Y si la violencia simbólica ―o real, como en los enfrentamientos de Sainte Soline en Francia― fuera realmente la única manera de provocar un cambio global? Blom no tiene la respuesta, aunque su escrito deja intuir una simpatía evidente hacia los activistas. Al igual que Erri de Luca, quien se solidarizó hace poco con los ecologistas de Ultima Generazione, después de que 12 de sus miembros fueron acusados por la Fiscalía de Padua de “asociación criminal”: “Por compartir razones y delitos me propongo como el decimotercero”, manifestó el escritor en Twitter.

Quizá esta forma de militancia, pese a sus imperfecciones, sea la que pueda propiciar el despertar que tanto necesitamos, las bases de un nuevo relato común que nos permita reinventarnos como sociedad, como defiende Blom en su último libro El gran teatro del mundo. Por eso creo que estos jóvenes activistas se merecen, como mínimo, nuestro respeto y apoyo.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

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