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36º FESTIVAL INTERNACIONAL DE BERLÍN

Marcello Mastroianni pone la magia en 'Ginger y Fred', última película de Fellini

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En Berlín, ayer, día de la inauguración dell 36º Festival Internacional de Cine, se produjo un extraño fenómeno. Mientras las calles de la ciudad eran barridas por un viento helado dell Báltico, detrás de las fachadas dell festival las cosas comenzaron con cálidas brisas del Mediterráneo. Gina Lollobrigida, presidenta del jurado internacional, repartía a granel sus famosas sonrisas de perfil, al tiempo que un majestuoso fetiche italiano, Federico Fellini, provocaba con su último filme, Ginger y Fred -donde Marcello Mastroianni actúa con auténtica magia-, y con su mujer, Giulletta Masina, la riada de las noticias. Federico Fellini habló en extenso sobre su cine y su persona.

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"Llamadme Federico"

ENVIADO ESPECIAL,Faltó a la cita berlinesa Marcello Mastroianni. Unos dicen que no encontró hueco por motivos profesionales, y otros, que fingió no encontrarlo por terror al frío polar que envuelve estos días al antiguo ojo del huracán europeo. Su ausencia -nadie como él ha interpretado la pereza y la indolencia humanas- se notó mucho, tal vez porque su presencia en Ginger y Fred es tan poderosa o más que la del contagioso y omnipresente Federico Fellini, habilísimo manipulador de histriones, y hábil histrión él mismo.Mastroianni, que hace 20 años fue un inimitable galán que además era buen actor, envejeció de pronto, perdió de improviso su galanura y, con ella, perdió también su lugar propio, su identidad territorial en la pantalla. Por lo general, a las estrellas, como les ocurre a las fieras, cuando los años les echan de su territorio se apagan para siempre.

Hay excepciones, pero no son muchas. Por ejemplo, la estrella de Heriry Fonda envejeció hasta que .se reencontró como actor en su cumbre de Falso culpable; en España, al que fue poco convincente galán Fernando Rey le hizo falta tener el pelo blanco y dejarse la barba para comenzar a subir hacia las alturas de su talento. Mastroianni -como Laurence Olivier, Jack Lemnion o Francisco Rabal- es de esta estirpe.

Hace 10 años la hasta entonces rectilínea carrera de este comediante italiano comenzó a tambalearse y a perder el rumbo. Sobrevivía, con éxito, pero sobre sus cenizas.

Ahora, Mastroianni ha convertido a estas cenizas en fuego. Ha hecho falta que Ettore Scola en Macaroni y, sobre todo, Fellini en Ginger y Fred le hagan asumir a sus cámaras la transformación risica de este singular actor para que Mastroianni devuelva a la pantalla una imagen multiplicada y enriquecida de sí mismo. De esta manera, el viejo actor Mastroianni comienza a sustituir con ventaja a aquel actor que hace 10 años no supo salirse de sus casillas, burlarse de su sombra y extraer gloria de su calva.

Sobre el actor

En Ginger y Fred, Mastroianni actúa con auténtica magia. El filme gravita enteramente sobre él. Giulietta Masina conduce el eje argumental, pero ni ella ni la película funcionan con plenitud hasta que, a la media hora de proyección, surge inesperadamente la figura de Mastroianni y entonces la poderosa carnavalada se encumbra desde el sainete sofisticado que comienza siendo hacia las alturas del primer Fellini, el que se vació en Ocho y medio, resucitó inesperadamente, pero con aires de refrito, enAmarcord, y ahora, con Ginger y Fred, tras un largo período de oquedad, vuelve a convertir en una sola cosa asuntos tan distintos como la fantasía y la imaginación, que en sus últimas películas andaban cada una por su lado y molestándose recíprocamente.

Triste historia de amor

Ginger y Fred es, con toda la aparatosa retórica visual de Fellini a cuestas, una sencilla y triste historia de amor, construida con ternura y sentido de lo indirecto, sobre una diatriba bastante pesimista contra la marcha actual del mundo. Esta diatriba se canaliza a través de la visión que Fellini tiene del fenómeno de la televisión -no la televisión italiana o la de cualquier país, sino la televisión como medio, como infierno, como pestede nuestro tiempo-, a la que el cineasta italiano ataca con una du reza y un desprecio próximos a la ferocidad.

Habrá que volver sobre esta compleja y divertida película, es la obra de un veterano cineasta al que le fallaba últimamente el don de la inventiva, pero que ahora vuelve a caminar por las huellas que dejó su esplendorosa capacidad de descubrimiento en la historia del cine moderno. Todo el aparato iconográfico, con frecuencia hueco, del último Fellini recupera aquí la emocionante humildad de La strada.

Tras la proyección ayer de Ginger y Fred y el pequeño aquelarre periodístico alrededor de Fellini y Masina, el festival se tomó un respiro. Hoy comienza la marabunta de más de 600 películas en las distintas secciones del festival.

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