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TRIBUNA
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Un amigo ‘progre’ se ha hecho Guardia Civil

La izquierda tiene la tarea pendiente de concienciar sobre que la fiscalización policial no implica desconfianza, desprestigio, o quitarles herramientas a los cuerpos para hacer su trabajo

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, junto al delegado del Gobierno en Andalucía, Pedro Fernández, preside la ceremonia de jura o promesa de los integrantes de la 128ª promoción de la Academia de la Guardia Civil de Baeza (Jaén).
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, junto al delegado del Gobierno en Andalucía, Pedro Fernández, preside la ceremonia de jura o promesa de los integrantes de la 128ª promoción de la Academia de la Guardia Civil de Baeza (Jaén).Jose Manuel Pedrosa (EFE)
Estefanía Molina

Un amigo ‘progre’ se ha metido a Guardia Civil, así que cuando salimos a tomar algo hace un par de semanas, fue imposible esquivar la curiosidad por su decisión. El grupo se sorprendió porque alguien con pendiente en la oreja y maestro de profesión se pasara al bando de quienes sofocaron sus protestas callejeras de juventud. Cierta izquierda aún no siente como suyas las fuerzas de seguridad: véase la frustración por la no derogación de la ley mordaza.

Y lo primero fue conocer los motivos del chaval. “Quería aportar mis valores progresistas y pedagógicos a la función del orden”, nos deslizó recién llegado de la academia de Baeza. Cree que al tribunal quizás le causó simpatía su perfil interesado en la cultura, los idiomas o viajar —aunque no se preguntó por su ideología, claro está—.

Así que ese testimonio pasó ante mis ojos como una metáfora: muchos amigos progres se lamentan a menudo de que los cuerpos policiales no hayan dejado de percibirse como “patrimonio” de la derecha en el imaginario popular. Le afean a la izquierda clásica que no haya logrado revertir ese relato tras 40 años de democracia. Y esos marcos mentales pasan factura cuando al progresismo le toca revertir ciertas leyes.

Por eso, la frustrada reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana no sorprendió, pese a la enorme desazón provocada. Desde el inicio de los trabajos, cobró demasiada fuerza el mantra esparcido por la derecha y ciertos sindicatos policiales sobre que el Gobierno quería “desproteger a los cuerpos”. Y ello es delicado en un país donde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son de las instituciones más valoradas, según un estudio del CIS de 2017.

El problema es que la izquierda tampoco se esmera en que cale su idea de una seguridad vinculada a las libertades públicas. El progresismo tiene la tarea pendiente de concienciar sobre que la fiscalización policial no implica desconfianza, desprestigio, o quitarles herramientas a los cuerpos para hacer su trabajo. En ausencia de un relato sólido, de un afán pedagógico sobre derechos humanos y autoridad, los complejos se acabarán imponiendo, llevando al traste las reformas que siguen pendientes.

El PSOE seguirá cargando con el temor a que las modificaciones en materia de orden se lean como “desprotección” de los cuerpos: no es lo mismo hacerle oposición a Mariano Rajoy que ser la izquierda de Estado en el Gobierno. Podemos continuará tirando de su socio a medio camino entre el posibilismo, y el intento de contentar a esa parte de su base electoral que ve la policía como una institución “represora”. El voto de ERC y Bildu permanecerá decisivo, con capacidad de tumbar reformas que no consideren de calado.

Aunque cualquier terreno cedido solo podrá que fomentar el imaginario conservador en el debate público. Ejemplo fue la polémica en redes cuando la cuenta de Twitter de la Guardia Civil colgó su logo con la bandera LGTBI. Como hija del cuerpo pensé que reivindicar la libertad de esos ciudadanos identificaría a mi padre y a cualquier agente, al margen de ninguna consideración ideológica. En cambio, la foto final fue la de esa ultraderecha a quien le gusta adueñarse de los marcos mentales, y puso el grito en el cielo, obviando que también hay homosexuales en esas instituciones —mi amigo tiene varias compañeras lesbianas—.

Dice Santiago Alba Rico en estas páginas que tiene miedo a la Policía: me pregunto por qué yo no. Tal vez porque me he criado en un cuartel, y creo en la pluralidad humana que existe tras los uniformes, aunque no haya sufrido a los grises, ni jamás haya tenido a un antidisturbios delante. O quizás porque de los cuerpos jamás se subrayan sus valores: el orden, la ley, sí, pero también la disciplina o el compromiso social. Ahí está el guardia civil de tráfico enterrado en Asturias, héroe que salvó a varios jóvenes ciclistas de ser atropellados.

El miedo es también una forma de renuncia a conquistar cualquier espacio en la opinión pública, al considerarlo ajeno. Urge reivindicar a cada amigo guardia civil o policía progre, concienciado ante la pobreza, los desahucios o la importancia de una seguridad democrática. Es el primer paso para que el progresismo extienda su marco de libertad y derechos humanos en las cuestiones de orden, tal que dejen de ganar terreno las pulsiones de ultraderecha en medio del clima de polarización. Ahí seguirá la ley mordaza vigente para reflexionarlo.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).

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