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Columna
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Policía. Episodio 1

La eficacia (y discreción) de nuestras fuerzas de seguridad es impresionante. Pero esta capacidad se puede usar para el bien o el mal, como revelan las fechorías de la presunta “policía patriótica” o los escándalos de corrupción

Imagen de archivo de la Policía Nacional.
Imagen de archivo de la Policía Nacional.POLICÍA NACIONAL (Europa Press)
Víctor Lapuente

He aquí dos historias de policías de hace unos años. En el país A, un francotirador ha disparado a varios transeúntes usando armas de mira telescópica con rayo láser. Caminas por un parque de noche, ves un punto rojo en tu pecho, y ¡zas! te ha dado. El hombre del láser desata el pánico social. Pero la policía es incapaz de dar con él hasta que, por casualidad, un pescador recoge con su caña un revólver del río. El número de registro de la pistola permite identificar a su propietario, que no tiene residencia fija, pero sí un buzón postal. La policía podría apostar agentes en las inmediaciones de la oficina de correos, pero se limita a pedir a los empleados que les llamen si se acerca el presunto criminal. Obviamente, cuando el tipo aparece, dispone de tiempo para recoger las cartas e irse tranquilamente antes de que llegue la patrulla.

El país B se enfrenta a un sanguinario comando terrorista. No se sabe cuándo va a volver a actuar, pero la policía registra minuciosamente una nave industrial sospechosa y, tras una pared falsa, hallan unos papeles en los que, en lenguaje cifrado, se indica que el responsable del comando llamará a su jefe a las siete de la tarde del día X. Los agentes deducen que utilizará una cabina telefónica, pero hay más de 600 teléfonos públicos en la zona donde opera el comando. Ninguna policía del mundo tiene efectivos para un dispositivo de control tan exigente. Así que, aplicando un cálculo probabilístico, que daría envidia al mismísimo Sherlock Holmes, de la distancia de los teléfonos a las poblaciones de la provincia con más actividad terrorista, reducen el grupo de cabinas a vigilar a unas 60. Alrededor de cada una de ellas se camuflan agentes de paisano. Cuando llegan las siete, observan que hay una veintena de personas llamando por teléfono, pero sólo un hombre encaja con el perfil del terrorista. Y lo detienen.

El país A tiene, en teoría, un sector público muy avanzado y el B es España.

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La eficacia (y discreción) de nuestras fuerzas de seguridad (Guardia Civil, Policía Nacional y autonómicas) es impresionante. Combina de forma magistral la jerarquía marcial con la flexibilidad creativa. Pero esta capacidad se puede usar para el bien o el mal, como revelan las fechorías de la presunta “policía patriótica” o los escándalos de corrupción. ¿Cómo evitar esos abusos?

Lo vemos en el próximo episodio. @VictorLapuente

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