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Tribuna
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La lengua, la cultura y el mestizaje

En el Congreso de La Lengua de Cádiz reflexionamos sobre la identidad global del español en una época en la que conviene tomarse en serio los nombres, los pronombres y las personas del verbo y el lugar que ocupan

Tribuna García Montero 28/03/23
Diego Mir

Si la poesía es un modo de preguntar sobre el yo y la identidad, no puede extrañarnos que la palabra madre aparezca con frecuencia en la orilla de un regreso: “Madre, me voy mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto. / Acomodando estoy mis desengaños y el rosado / de llaga de mis falsos trajines”, escribió el poeta peruano César Vallejo. Los trajines suelen ser falsos si nos han mantenido alejados del lugar en el que nuestra lengua nos trajo al mundo. Frente al sentimiento maternal, es una tentación cargar las causas del desarraigo en la autoridad paterna de las realidades: “El mar. La mar / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre a la ciudad?”.

Es verdad que en las palabras caben muchas cosas, sobre todo cuando se ven sometidas por la poesía al movimiento musical de los oleajes de la vida. “El mar, La mar / El mar…”. La tensión se agrava en los viajes de ida y vuelta que nos van haciendo y deshaciendo. Exiliado desde 1939, residente en Argentina desde 1940, el poeta gaditano añoró en América la otra orilla, su orilla, pero al cabo de los años, mientras las nubes le traían el mapa de España, tomó conciencia de que en su identidad había entrado también una nueva forma de ser: “Barrancas del Paraná: conmigo vendréis el día / que vuelva a pasar la mar“.

Cosas de exiliado, pero no cosas que dependen únicamente del exilio. El maestro Francisco Ayala puso los ojos sobre el siglo XX en un artículo de 1948, “¿Para quién escribimos nosotros?”, en el que planteó que la palabra de los exiliados, por ejemplo, la suya, representaba en el fondo la situación de la identidad movediza, sin arraigo, que caracteriza a los ciudadanos de la modernidad, extremo de una existencia en la que la velocidad ha quebrado las viejas estabilidades. Por eso me atrevo a afirmar aquí que los asuntos que va a tratar el Congreso Internacional de la Lengua Española, el mestizaje y la interculturalidad, el mar o la mar por medio, nos invitan a tomar conciencia desde la lengua y la cultura de todos los debates fundamentales heredados del siglo XX y ensanchados con la transformación digital en el siglo XXI.

Lo que supuso para la identidad humana la revolución industrial de las grandes ciudades se ve ahora redefinido por las navegaciones de una nueva revolución digital. Una lengua tan sólida como el español puede aspirar a mantener el adjetivo materna en las corrientes de la globalización.

La lengua española, territorio común de lo uno y lo diverso, mantiene a lo largo de los años su unidad y respeta los matices de sus 500 millones de hablantes y sus mundos anchos, pero nunca ajenos. Es un buen punto de referencia para plantearnos de qué materia están hechos los sueños y las realidades que llevan nuestro nombre. Algunos teóricos se incomodan con la palabra mestizaje porque piensan que esconde en su interior una ofensa al indígena. Sin desconocer que hay mucho mestizo que desprecia al indígena, igual que hay mucho blanco supremacista que desprecia al mestizo, me atrevo a asumir otra conciencia del mestizaje: un modo de reconocer los procesos históricos y abordar nuestra propia identidad como un sentido de pertenencia abierto, un modo de conformar el yo que puede vincularse con la vida en común sin considerar al otro como una amenaza.

Viaje de ida y vuelta, Arequipa en Cádiz y Cádiz en Arequipa. Como director del Instituto Cervantes agradezco a las autoridades de la cancillería peruana todo el esfuerzo realizado desde 2019 para la realización de este congreso y al Ministerio de Exteriores del Gobierno de España su compromiso fraternal para llevarlo a cabo cuando las circunstancias hicieron inviable su realización en Arequipa. Cádiz desde luego es un buen lugar para seguir reflexionando sobre los lazos de mestizaje panhispánico y pueden, además, abrirse a otros asuntos relacionados con Europa, el norte de África y los lazos y la tensión que las migraciones evidencian en las dinámicas de la interculturalidad.

Podemos hacer aquí una afirmación de panhispanismo interpretando un poco las palabras de los dos primeros artículos de la Constitución de 1812. Artículo 1: “La comunidad panhispánica es la reunión de todos los hablantes de español en ambos hemisferios”. Artículo 2. “El español es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ningún país, ni familia, ni persona”. Y ya que hablamos de identidades abiertas, unidad y diversidad en el siglo XXI, bueno será también recordar el Artículo 13: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de todos los individuos que la componen”.

Qué buen Episodio nacional le dedicó Benito Pérez Galdós al Cádiz liberal de 1812. Y qué buena materia es la lengua materna para reflexionar sobre nuestra manera de ser y nuestro derecho a la felicidad, un asunto inevitablemente unido, el mar, la mar, el mar, sólo la mar, a las relaciones entre la intimidad, lo privado y lo público, o entre la primera, segunda y tercera persona de los verbos. “Si me queréis, irse”, pidió Lola Flores a las personas que estaban invadiendo y entorpeciendo una celebración de familia. Para celebrar ahora el centenario de su nacimiento podemos afirmar con rigor filológico que las palabras de La Faraona responden a un modo de hablar de la Andalucía occidental en el que el pronombre se, que es un pronombre de tercera persona, se desplaza a la segunda persona. Pero podemos darle también una vuelta a lo que supone el sentimiento de que irse sea un modo de querer, planteamiento que nos devuelve a los trajines que provoca el amor materno.

Empezaba en aquellos años en España a extenderse con fuerza la sociedad del espectáculo, el impudor rosa de las mezclas entre lo privado y lo público en las dinámicas de la comunicación y la venta mediática de la felicidad, aunque no del bienestar, como un producto envuelto en papel de vida glamurosa. Con los mismos mecanismos, aunque en otros papeles, se envuelven hoy los discursos del odio, el racismo, el irracionalismo y la mentira. Así que conviene tomarse en serio los nombres, los pronombres y las personas del verbo y el lugar que ocupan en cada tiempo y cada espacio.

La defensa de los derechos humanos y de los valores democráticos es una tarea principal de los que amamos la lengua materna y la comunidad que habla en español. Cuando celebramos el Congreso de La Lengua anterior, en Córdoba, Argentina, tuvimos la oportunidad de visitar la casa de Alta Gracia en la que Falla vivió su exilio y trabajó su música mestiza entre lo clásico y el folclore andaluz. Desde allí nos traemos a Cádiz su magisterio en un viaje de ida y vuelta. Pero no resisto la tentación de traerme algo más. El poeta cordobés Daniel Salzano, que vivió durante muchos años en España, convirtió en consigna su verso “los poetas no se rinden jamás”. Si hablamos de mestizaje, interculturalidad y lengua, me gustaría que este Congreso hiciese suya una consigna que el Cádiz Club de Fútbol popularizó hace ya unos años: “La lucha no se negocia”. Que así sea.

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