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Columna
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No es país para viejos

La moción de censura ha valido para contemplar, con asombro y pena, cómo las buenas maneras de los abuelos han dejado paso al adanismo, la soberbia y el griterío de hijos y nietos

Aitor Esteban se dirigía a Ramón Tamames, el miércoles durante la moción de censura en el Congreso.
Aitor Esteban se dirigía a Ramón Tamames, el miércoles durante la moción de censura en el Congreso.J.J. Guillén (EFE)
Ana Iris Simón

Es respetable pensar que una moción de censura contra Pedro Sánchez sea inviable. Pero no es respetable pensar que sea dañina para las instituciones. Sobran motivos para censurar al Ejecutivo del PSOE: el abandono del Sáhara, los atropellos a la separación de poderes, el perdón a los malversadores, la renuncia a la promesa de reformar el empleo y la vivienda de forma seria… Muchas de estas razones deberían ser reprochadas por la izquierda, pero como las fuerzas de izquierda comparten como único horizonte merecer un cargo bajo el PSOE, la moción de censura la ha hecho Vox.

Es respetable pensar que Vox sea un partido —como muy bien les dijo Errejón— de la patronal y la banca, con Espinosa de los Monteros cerrando la moción con un ridículo elogio al “emprendedor” Steve Jobs. Pero no es respetable pensar que Vox sea un partido antidemocrático, anticonstitucional y sectario. De hecho, ha sido el único partido capaz de presentar un candidato independiente en una moción de censura. No son neofascistas, más que se empeñen los fascistólogos, igual que el PCE no es totalitario y estalinista, más que se empeñe Hermann Tertsch. El candidato Tamames ha advertido, precisamente, contra estas simplificaciones.

Es respetable pensar que Tamames haya sido un tránsfuga, que se equivoca juntándose con Vox o rechazar sus argumentos contra del SMI o a favor de importar mano de obra para la construcción (igual que hace, por cierto, Escrivá). Pero Tamames es, sobre todo, un señor de casi 90 años, físicamente impedido pero con una notable trayectoria académica, que con su ponencia se estaba despidiendo del Congreso al que dedicó tantos años.

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Lo que no es respetable es que el presidente Sánchez ni siquiera le dé la mano, o que Patxi López y Joan Baldoví le griten cual bestias bramando en el establo donde —dicen— reside la soberanía popular. No es respetable el desprecio mostrado por los grupos independentistas (con la honrosa salvedad de Gabriel Rufián) que, cuando Tamames les reconocía “puntos de interés” en sus discursos, le devolvían muecas burlonas y miradas torvas.

Mención aparte al mal gusto merece Aitor Esteban, que comparó a Tamames con un barco oxidado, “cuyo final será quedar destartalado y olvidado en un desguace”. El PNV solamente trabaja su perfil centrado y moderado cuando busca el dinerito de PP y PSOE; pero es cuando tienen delante a alguien de cuyo bote no pueden chupar que queda patente su mezquindad. También le alzó la voz Yolanda Díaz, normalmente tan acaramelada, que buscó dar lecciones de antifranquismo a un represaliado y le afeó mencionar la tasa de reemplazo de natalidad como si fuese algo machista. Se conoce que cuantificar el dato en hijos por mujer en lugar de en hijos por cuerpo gestante es una cosa rancia.

Se ha dicho que la moción de censura no servía para nada, sin los votos suficientes para prosperar. Pero sí ha valido para contemplar, con asombro y pena, cómo las buenas maneras de los abuelos han dejado paso al adanismo, la soberbia y el griterío de hijos y nietos. O que los protagonistas de la Transición son manoseados como mito, pero pisoteados como realidad. O que, en una sociedad que le rinde un ridículo culto a la juventud, no hay lugar para los viejos.

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Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.

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