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Columna
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Convergencias belicosas

De seguir el camino que indican las belicosas palabras de Qin, perderán sentido los esfuerzos europeos por mantener la relación con China a resguardo de la tensión con Estados Unidos

Qin Gang China
El ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, lee la Constitución de China tras una pregunta sobre Taiwán durante una rueda de prensa en Pekín (China), este martes.MARK R. CRISTINO (EFE)
Lluís Bassets

Qin Gang, el nuevo ministro de Exteriores, exembajador en Washington y uno de los más destacados lobos guerreros de la política exterior de Xi Jinping, se ha estrenado con unas declaraciones a la altura de su prestigio, coincidiendo con la Asamblea del Pueblo, la reunión anual del falso parlamento que aplaude las decisiones de la cúpula comunista. Qin no ha eludido los paralelismos entre la guerra de Ucrania y la que pudiera suscitar la independencia de Taiwán, parte indisoluble de China según la doctrina oficial. Ni entre la ayuda militar de Estados Unidos a Taiwán y el derecho de China a mandar suministros letales a Rusia.

Para el nuevo ministro, son interferencias inadmisibles las admoniciones a Pekín para que se mantenga a distancia de Putin, respete el régimen de sanciones y se abstenga de echarle una mano con armamento y munición. Prima la solidaridad entre dictaduras, su hostilidad hacia el enemigo designado por el Kremlin, el occidente colectivo liberal y democrático. Y, por encima de todo, el propósito de construir un orden internacional basado en la correlación de fuerzas, es decir, el poder militar de cada superpotencia en su zona de influencia. A la vista de los pobres resultados del Ejército ruso en Ucrania, quizás tal principio no favorecerá a Putin, pero no hay duda de que rema a favor del creciente poder militar de China en Asia, en su frontera con India, los islotes del mar Meridional de China y sobre todo de cara a una hipotética invasión de Taiwán.

Pekín ha evitado toda crítica al Kremlin y sigue su estela argumental sobre la guerra, pero a la vez escenifica una engañosa equidistancia en sus relaciones con Putin, ofreciéndose con un plan de paz propio, como si estuviera más cerca del sur global, al lado de India, Brasil o Sudáfrica, que del eje autoritario junto a las peores dictaduras, como Bielorrusia, Corea del Norte o Irán, que apoyan incondicionalmente a Putin. Pronto sabremos si tan retadora exhibición es solo para consumo interno o, por el contrario, augurio de un acercamiento más efectivo a Moscú.

Si tal fuera el caso, tendría sentido un cierto alarmismo asiático respecto a la inminencia de una invasión de Taiwán, que un grupo de expertos australianos datan para los próximos tres años. Por si acaso, Tokio se está rearmando, como Berlín, en su peculiar zeitenwende, y está restañando sus heridas históricas con Seúl. También Australia busca cómo protegerse, estrechando lazos con Estados Unidos, Japón e India. Incluso Filipinas recupera las relaciones con su antiguo colonizador y luego aliado militar norteamericano.

De seguir el camino que indican las belicosas palabras de Qin, perderán sentido los esfuerzos europeos por mantener la relación con China a resguardo de la tensión con Estados Unidos. Así es como la peligrosa escalada de la guerra de Ucrania amenaza con adquirir una dimensión global.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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