El año de la ‘Zeitenwende’
Lo que ahora impera es la política del mal menor, el tratar de evitar lo peor. Ya no aspiramos, por ejemplo, a más y mejor democracia, sino a no perderla, a que no degenere en el iliberalismo. Así con casi todo
Carece de sentido recordar al lector todos los males experimentados en este año que acabamos de dejar atrás. Ni aun poniéndolos uno detrás de otro cabrían en una columna. Me quedaré con dos, y elija usted cuál le preocupa más. El primero es la constatación empírica de que el cambio climático va en serio. Ya no hay forma de apartar de las noticias los casi cotidianos desvaríos del clima. El segundo es la ruptura del tabú nuclear, algo directamente conectado con la guerra de Putin y cuyas consecuencias estamos todavía lejos de apreciar en su justa medida. Ante estos dos fenómenos palidece todo lo demás. Lo que me interesa subrayar, porque no sé si hemos tomado debida conciencia de ello, es cómo la suma de ambos nos ha colocado ante una situación inédita, aunque ya viniera fraguándose desde hace décadas. Me refiero al giro que esto supone respecto de nuestro tradicional optimismo ilustrado, que todo futuro iba a ser necesariamente mejor porque habíamos dejado atrás las grandes amenazas y los cambios tecnológicos nos propulsarían hacia nuevas cotas de progreso. Por decirlo en pedante, nos han cambiado el cronotopo, la forma en la que nos veíamos en el movimiento de la historia.
La primera alarma nos vino con el virus, que ahora amaga con rebrotar de nuevo desde China; la segunda, con la guerra de Ucrania. Guerra y epidemias, los tradicionales azotes de la humanidad junto con el hambre. Este último lo hemos (casi) superado, pero perviven los demás. Muchos otros avances que dábamos por supuestos, como la democracia misma, se hallan en retroceso. Lo que ahora impera es la política del mal menor, el tratar de evitar lo peor. Ya no aspiramos, por ejemplo, a más y mejor democracia, sino a no perderla, a que no degenere en el iliberalismo. Así con casi todo. El propio Estado ha vuelto a enfatizar su papel de instancia encargada de garantizar la seguridad, a protegernos de la nueva menesterosidad social derivada de la inflación o la crisis energética, y se ve obligado a rearmarse para afrontar el desafío bélico. Todo ello es prueba de que somos más vulnerables. Por no introducir en la ecuación el calentamiento global, cuyo combate eficaz se ve ahora debilitado por las nuevas circunstancias.
Y no sigo desarrollándolo porque no quisiera amargarles la entrada en el nuevo año. En una entrevista reciente en Die Zeit, Angela Merkel señaló que “las crisis quizá sean el estado normal de la vida humana”. Sin duda. Más aún en momentos de la Zeitenwende, la palabra del año. Estamos en plena fase de transición hacia otra época, en una cesura temporal cargada de incertidumbres. Pero eso no significa que no podamos superar la ingente cantidad de problemas a la vista. Basta con enfrentarlos con realismo y voluntad resiliente, adelantarnos al futuro con ánimo de conquistarlo, no limitarnos a esperarlo a la defensiva. Como diría John Lennon, “no hay problemas, solo soluciones”. Busquémoslas. ¡Feliz año nuevo!
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