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Columna
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Un viaje mental al pasado profundo

Los astrofísicos se están acercando mucho al pretérito más remoto imaginable, el mismísimo origen del universo

James Webb
Una imagen de estrellas en formación, conocida como Los Pilares de la Creación, captada por el telescopio James Webb.NASA, ESA, CSA, STScI; J. DePasquale, A. Koekemoer, A. Pagan (STScI)
Javier Sampedro

La física actual nos permite viajar al futuro, pero no al pasado. Viajar al futuro es fácil. Si despegas en tu cohete ultrarrápido y te das un buen garbeo, cuando regreses a la Tierra puede haber pasado un año para ti, pero un siglo para los terrícolas, luego habrás viajado al futuro. Esto es una consecuencia de la relatividad 1.0, o “relatividad especial”, que Einstein formuló en 1905 para explicar la paradoja más desconcertante de su tiempo: que la velocidad de la luz es la misma para quien permanece quieto y para quien se mueve, en flagrante contradicción con la física newtoniana. Como la velocidad es el espacio que recorre una cosa partido por el tiempo que le lleva recorrerlo, resolver la paradoja implica renunciar a nuestro prejuicio atávico, casi fisiológico, de que el espacio y el tiempo son innegociables. La combinación de ambos, el espaciotiempo, resulta ser un material que puede comprimirse, expandirse y deformarse como cualquier otro material.

Hay otra forma de viajar al futuro, una que no consiste en moverse muy deprisa, sino en acercarse a un fuerte campo gravitatorio, como un agujero negro. También debemos a Einstein esta segunda estrategia, que se desprende de su relatividad 2.0, o “relatividad general”, que demostró inesperadamente que los campos gravitatorios también dilatan el tiempo. Quizá el mejor intento de explicar este concepto al público sea la película InterestelLar, de Christopher Nolan, donde Matthew McConaughey viaja a la cercanía de un agujero negro y ve con angustia que su hija, que se quedó en la Tierra, envejece 30 años mientras él sufre un pequeño retraso de cinco minutos en la misión. McConaughey, por tanto, ha viajado al futuro.

Pero viajar al pasado es una cuestión completamente distinta. Un amigo de Einstein, el gran matemático Kurt Gödel, examinó a fondo las ecuaciones de la relatividad general y encontró una forma brillante aunque poco práctica de viajar al pasado: hacer que el universo entero girara sobre sí mismo a gran velocidad. Aparte de esa idea de matemático, sin embargo, el viaje al pasado sigue siendo una especulación salvaje de las películas vulgares. Quien viaje al futuro tiene que estar preparado para quedarse allí el resto de su vida. Planazo.

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Lo que sí nos permite la ciencia actual es viajar al pasado con la mente. Ya sé que esto es lo que han hecho siempre los historiadores, pero ahora me refiero a unos pasados mucho más remotos. Sin moverse de su laboratorio terrestre, los astrofísicos se están acercando mucho al pretérito más profundo imaginable, el mismísimo origen del universo. Es cierto que han necesitado un nuevo telescopio espacial y 10.000 millones de dólares para emprender ese viaje conceptual en el tiempo, pero los resultados no solo son espectaculares —todos hemos visto las imágenes hermosas e inspiradoras que nos ha enviado este año el telescopio James Webb, sucesor del Hubble—, sino que tienen un interés científico que apenas ha empezado a revelarse. Ver muy lejos en el espacio es lo mismo que ver muy atrás en el tiempo, porque la luz que nos llega ahora de esas estrellas lejanísimas lleva viajando hacia nosotros hasta 13.000 millones de años, un tiempo cercano a la edad del universo. Feliz 2023.

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