‘Preyslercracia’
Al lado de Isabel Preysler, el Nobel Mario Vargas LLosa es un aprendiz de novelero. Ella lleva medio siglo viviendo del cuento y vendiéndonos su propio relato. Y nosotros comprándoselo
Hay una mujer en España que, sin ser reina ni presidenta ni consorte de nadie ni jefa de nada, es todopoderosa a su manera. Isabel Preysler, 71 años, lideresa vitalicia de la Preyslercracia. Un régimen socioeconómico del que es fundadora, propietaria, primerísima ejecutiva e ideóloga. Un emporio con sede en un chalé madrileño con 16 retretes completos y piscina cubierta donde los empleados se definen por su relación con ella. Sus ex, sus hijos e hijas, sus yernos y nueras, sus nietos y nietas y, hasta ayer, el mismísimo Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, su último novio. El poder de atracción de Preysler es casi tangible. Lo sé porque lo he visto. Donde entra, como entra ella en los sitios, mirando al Pacífico y levitando un palmo sobre el piso, hay una especie de alteración de la fuerza que hace que todos los ojos, y los focos se posen sobre ella. Pero no nos engañemos. Ni su belleza ni su exotismo ni su misterio, ni siquiera su inteligencia, explican por sí solos su permanencia. A su lado, Mario es un aprendiz de novelero. Isabel lleva medio siglo viviendo del cuento, vendiéndonos su propio relato sin conocérsele más obra escrita que su rúbrica en el libro de firmas de las tiendas Porcelanosa y en las exclusivas con el Boletín Oficial de su Estado, la revista ¡Hola! Y nosotros comprándoselo.
Fue ahí donde soltó ayer el bombazo de su ruptura. Que pasa de escenitas de celos. Que ha perdido la ilusión. Que se aburre que se mata con el tostonazo del Nobel, insinúa, y yo me lo creo. Cuando se tiene de todo y se ha estado en todos los paraísos sobre la Tierra, el cielo, el infierno y, casi peor, el limbo, es el otro. Qué más da si se fue él a por un puro o fue ella quien le puso las maletas en la puerta. La noticia es otra. Cuando, por pura ley natural, parecía empezar su declive, cuando parecía que delegaba el cetro en su idolatrada hija Tamara, Preysler vuelve a tomar el mando, y a posicionarse en el mercado. Apuesto a que durará poco sola. Después de una estrella global, un ministro socialista de Economía, un marqués grande de España y un Nobel peruano, pareciera que no se puede picar más alto, pero en ese universo paralelo de yates, jets y limos, siempre hay una mora, o moro, verde con quien lavar la mancha de la mora madura. Ave, pues, Preysler. En un mundo que se desmorona, con la reina Isabel II de Inglaterra criando malvas y el Papa Benedicto XVI tocando a las puertas de Pedro, es la última divinidad viva.
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