_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Asesina, no te queremos en el pueblo

La violación no acaba cuando el violador es encerrado; sigue en la percepción que del mundo tiene la víctima, en sus relaciones con los hombres, en la pregunta temible: “¿Mereció la pena denunciar?”

María del Carmen García abraza a su hija Verónica, en su casa de Benejúzar en una imagen de 2011.
María del Carmen García abraza a su hija Verónica, en su casa de Benejúzar en una imagen de 2011.JOAQUÍN DE HARO
Manuel Jabois

Una secuencia rápida de los hechos. Un día de 1998, una madre manda a por el pan a su hija de 13 años; a la niña la viola un hombre de 62 que la amenaza con cortarle el cuello si dice algo; detienen al violador, Antonio Cosme, Pincelito; la niña vuelve al colegio, y allí una compañera le dice: “Eres una puta, te lo has inventado todo”. Y otras le cantan: “Eres la violá, la violá”. La niña se va a otro colegio fuera del pueblo, donde tres alumnos la reconocen y le hacen la vida imposible en clase y en la calle. Un día, uno de los hijos del violador le pregunta: “¿Te ha gustado mi padre?”. Un grupo de vecinos organiza una manifestación en defensa del acusado. Ninguno muestra apoyo hacia la víctima y su familia; hacen comentarios despectivos en alto cuando se cruzan con ellos: quieren dinero, es físicamente imposible que un hombre de 62 años viole a una niña de 13. Al violador lo condenan con pruebas abrumadoras y en su segundo permiso ve a la madre de la niña y va hacia ella: “Buenas tardes, señora, ¿cómo está su hija?”. A la señora, en tratamiento psicológico, enganchada a pastillas para dormir y pesando apenas 40 kilos después de varias mudanzas y de sacar a su hija del pueblo para evitarle acoso e insultos, se le clava la frase del violador a la niña (“si se lo cuentas a tu madre, te corto el cuello con una corvilla”), se dirige a una gasolinera, llena un litro y medio de gasolina, va a donde el hombre y le prende fuego tras preguntarle: “¿Te acuerdas de mí?”. En su primer permiso, a la mujer la reciben 400 vecinos: “Asesina, no te queremos en el pueblo”. “Es un demonio”, dice una. “Esta puesta en libertad despierta alarma social y miedo”, dice el abogado del violador.

Ocurrió en Benejúzar (Alicante) y lo cubrió desde el año 2005 una periodista que trabajaba en El Mundo, Gema Peñalosa, que ha publicado Fuego (Libros del K.O.), la crónica detallada, con un muy documentado contexto histórico, de la mujer (María del Carmen García) que buscó justicia en una botella de gasolina. Es un libro incomodísimo sobre el que sobrevuela obsesivamente una pregunta, “¿qué harías tú?”, para la que no hay respuesta posible: hay reacciones que desconocemos hasta que no tenemos delante la acción. Peñalosa profundiza en cuestiones que no dejan de ser actuales, por ejemplo, la confección de la víctima perfecta: el trabajo que tiene por delante una niña violada para parecerlo, su presentación en sociedad como violada, medir su discurso de violada, acoplar su estado de ánimo de violada a lo que se espera de ella, vestir ropas de recién violada, soportar estoicamente el juicio clamoroso que le espera a una mujer que ha denunciado una violación aunque no pase de los 13 años. En el fondo y en la superficie, la violencia sexual contra las mujeres y el paso brutal que supone denunciarla, especialmente en comunidades pequeñas. Y, más allá, el desamparo que provoca esa denuncia cuando la justicia actúa contra el violador sin proteger a la víctima. La violación no acaba cuando el violador es encerrado; la violación sigue en la percepción que del mundo tiene la víctima, en sus relaciones con los hombres (el primero, un violador; ¿el segundo?) y la sociedad (“la violá”), en su madre trastornada matando a un hombre, en su huida del pueblo, en una pregunta que muchas llegan a hacerse: “¿Mereció la pena denunciar?”. La náusea, en definitiva.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_