Víctimas puras
La denunciante de Dani Alves se sintió obligada a mostrarse intachable. A ser blanca, a ser pura, a ser casta
Cuando era adolescente, y vivía en una pequeña ciudad del interior de la Argentina, leía a menudo un poema de Alfonsina Storni: “Tú que el esqueleto / conservas intacto / no sé todavía / por cuáles milagros, / me pretendes blanca / (Dios te lo perdone), / me pretendes casta / (Dios te lo perdone), / ¡me pretendes alba!”. Se titula Tú me quieres blanca, y es la versión elegante de una frase grosera y popular: que te den. En esa ciudad pequeña, cualquier muchacha que cambiara de novio más o menos seguido era tildada de “ligera”. Ligera de cascos, decían. De ellos, de los novios, no se decía nada o, más bien, se decía que eran ganadores: qué campeón. Todo el asunto me irritaba ya a esa edad temprana, tanto como la frase “no sólo hay que ser honesta, sino parecerlo”. Por supuesto, no pensaba entonces en términos críticos acerca de la obligación que imponemos a las víctimas de ser puras. Pero, ante la noticia de que la chica de 23 años que acusó al futbolista Dani Alves de haberla violado en una discoteca, en Barcelona, renunció a su derecho de recibir una indemnización por lesiones y daños morales (dice que su objetivo es que se haga justicia y que el exjugador del Barça pague con la cárcel), el poema volvió, un tanto resignificado. A las víctimas las queremos castas, las queremos blancas, las queremos puras. Si no, no serán víctimas y, por tanto, no tendrán derechos. Por supuesto, hay que esperar lo que decida la justicia de los hombres. Mientras tanto, la denunciante se sintió obligada a mostrarse intachable. A ser blanca, a ser pura, a ser casta. Una sobreactuación necesaria —insisto, subrayo: necesaria; no es un ataque a ella sino lo contrario— para que nadie sospeche que miente con el fin de sacar rédito económico. Las cosas han cambiado desde Alfonsina Storni. Tendrían que cambiar más rápido. Nadie debería sentirse obligado a demostrar pureza moral para tener derecho a tener derecho.
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