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Columna
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Bendita polarización

Ningún demócrata debería ver el conflicto y la discusión como un problema. Ni siquiera cuando son broncas de mal gusto y navajeras (verbalmente navajeras)

Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados.Mariscal (EFE)
Sergio del Molino

La agencia de relaciones públicas Edelman publica cada mes de enero un barómetro de confianza que mide el estado de salud de varios aspectos de la democracia y de la economía de mercado en todo el mundo. Y digo bien lo del estado de salud, pues usan jerga de diagnóstico médico, siguiendo la larga tradición metafórica de tratar a las sociedades como pacientes que necesitan cura (un cirujano de hierro, quizá). Este año han medido la polarización política mediante encuestas hechas en 28 países. Con ellas han dibujado un mapa de la polarización con tres grupos: países poco polarizados (la división de opiniones no supone un problema para los encuestados), con polarización moderada (es algo molesta y desagradable tanta división, pero se puede vivir) y con polarización severa (cuando los encuestados creen que no hay nada que hablar con el contrario político).

No es una sorpresa que España esté en este último grupo, junto a Argentina, Suecia, Estados Unidos o Colombia. En el escalón anterior (polarización moderada, pero a puntito de ser severa) asoman Brasil, Francia, Italia o Reino Unido. La sorpresa, para mí, está en el grupo de países donde la polarización no existe o es irrelevante. Apunten: Indonesia, China, Arabia Saudí, Singapur, Malasia, Emiratos Árabes Unidos y la India. De todos, el único en verdad democrático (y poniéndole comillas) es el último.

En resumen, que el mejor remedio contra la polarización es dejar que el Gobierno opine en solitario mientras los súbditos asienten. Un médico que recete decapitaciones contra el dolor de cabeza podrá ser tachado de brutal y asesino, pero no de ineficaz: sin cabeza, no hay dolor. Sin democracia, sin partidos, sin prensa, sin opiniones en la plaza, se acaba la polarización. Es el remedio del juez de la horca: nada sosiega más a un país que el balanceo de los alborotadores en el patíbulo.

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Ningún demócrata debería ver el conflicto y la discusión como un problema. Ni siquiera cuando son broncas, de mal gusto y navajeras (verbalmente navajeras). El único peligro para una democracia es que quienes discuten se convenzan de que hay una forma de convivir mejor que la discusión perpetua y empiecen a soñar con paraísos de paz y unanimidad como Arabia Saudí o China. La cosa se pone fea cuando los unos se hacen la ilusión de vivir sin los otros y dejan de entender que convivir no significa caminar de la mano en armonía por prados floreados, sino compartir plaza (y mantel y tal vez cama) con quien te lleva la contraria hasta sacarte de quicio.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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