La edad de oro de la macroeconomía ha tocado a su fin
La principal defensa de muchos economistas es que no hay alternativa a nuestro actual sistema capitalista, a la hiperglobalización y, por extensión, a sus creadores intelectuales y a quienes les apoyan. Mucho cuidado con este razonamiento
La hiperglobalización está de retirada, pero esto no es más que una parte de la historia, y tal vez ni siquiera sea la parte más interesante. Estrechamente ligado a esto está el relato paralelo del declive de la macroeconomía como su fundamento intelectual y del macroeconomista como figura política.
Su auge y caída se reflejan incluso en la cultura popular. Durante la pandemia, me di el capricho de ver una vieja serie de televisión de finales de la década de 1990, El ala oeste de la Casa Blanca. Curiosamente, mantiene su frescor, pese a los buscas y los enormes terminales informáticos. Lo que resulta realmente chocante desde la perspectiva actual es el hecho de retratar al presidente de Estados Unidos como un economista galardonado con el Premio Nobel. Eso era algo en aquel entonces. Poco después de ser elegido presidente en 1992, Bill Clinton reunió a un grupo de macroeconomistas para que le elaborasen su programa económico. Es inconcebible que hoy pudiera ocurrir algo así. Es más, ningún guionista de Hollywood crearía hoy en día un presidente estadounidense que fuese economista.
Lo más cercano que hemos tenido a esa figura de ficción fue Larry Summers. Este economista de Harvard sin duda era candidato a recibir el Nobel en el futuro, pero abandonó su carrera y se pasó a la política de la mano de Clinton. Ascendió en el escalafón hasta alcanzar el rango de secretario del Tesoro. Hoy nos produce risa verlo en una terraza en algún lugar de los trópicos, contándole a un entrevistador de la televisión que el desempleo tiene que subir para que baje la inflación. Podría escribir un libro sobre lo que hay de cierto o no en esa afirmación. Pero lo más chocante es la imagen que se tiene de los economistas: insensibles, arrogantes y desconectados de lo que ocurre en el mundo moderno.
El auge de la hiperglobalización y de la macroeconomía moderna son historias entrelazadas. Los macroeconomistas respaldaron la liberalización financiera y unos acuerdos de libre comercio que se han vuelto cada vez más problemáticos. Lo que me parece escandaloso, por ejemplo, es que los acuerdos comerciales modernos permitan a los inversores pedir indemnizaciones a los gobiernos si sus beneficios se ven afectados por la promulgación de leyes ecologistas.
Los macroeconomistas también estuvieron detrás de la flexibilización cuantitativa, una política adoptada por los bancos centrales a raíz de la crisis financiera mundial. El efecto principal de esa flexibilización fue elevar la rentabilidad de las inversiones para estabilizar las expectativas de inflación. Pero contribuyó al aumento de la desigualdad. Los macroeconomistas también apoyaron los paquetes de estímulos inflacionarios durante la pandemia. Todas estas políticas sumadas han llevado al aumento de la inestabilidad y la desigualdad. También influyeron en el auge del populismo en la política.
La hiperglobalización está fracasando por una razón que expresó de manera muy sucinta el economista político Dani Rodrik. Solo dos de las siguientes tres cosas son compatibles entre sí: el Estado nacional, la democracia y la globalización. La Unión Europea fue un intento de superar el trilema de Rodrik, al crear una estructura democrática junto a un mercado integrado. Los lectores sin duda tendrán sus propias opiniones acerca de si la UE ha sido un éxito o un fracaso. Pero el mundo de la hiperglobalización ni siquiera lo intenta. No tiene un parlamento, ni responsabilidad democrática, pero da pie a una inestabilidad y a crisis permanentes. La macroeconomía nos metió en este embrollo. Pero, como el referéndum del Brexit ha demostrado quizá por primera vez, los votantes ya no confían en que los macroeconomistas nos vayan a sacar de él.
Los macroeconomistas se han convertido en afamados escritores de tribunas de opinión en los periódicos de tirada nacional y son invitados fijos en los festejos mundiales, como el que se celebra en Davos esta semana. Pero su influencia ha ido menguando, incluso en los bancos centrales y en el mundillo académico. Hace diez años, Ben Bernanke y Mario Draghi pilotaban dos de los bancos centrales más poderosos del mundo, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo. Ambos se doctoraron como economistas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés), que tiene uno de los departamentos de Economía más prestigiosos del mundo. Es más que un reflejo de los tiempos que el MIT haya suprimido la macroeconomía de la lista de asignaturas obligatorias para los alumnos de primer año de posgrado en Economía. Y hoy los jefes de la Reserva Federal y del BCE ya no son economistas, sino abogados.
Los macroeconomistas de los bancos centrales también se ven cuestionados en el desempeño de una de sus funciones principales, la de moldear la economía. Llevo muchos años observando al BCE, y a menudo me he burlado de su desastroso historial en cuanto a los pronósticos de inflación. Un mono tirando dardos a una diana o un astrólogo podrían haberlo hecho mejor. La razón para ello es el sesgo del modelo. Quien explica esto mejor es un amigo economista que una vez dijo: ningún economista ha sacrificado jamás su modelo por el simple hecho de que se entrometieran los hechos empíricos. Pero se han entrometido, y bien. La acumulación de crisis mundiales, y en especial el parón de la globalización, es una mala noticia para modelos construidos para un mundo en el que todo marcha bien. ¿Recuerdan cuando la reina de Inglaterra preguntó por qué los macroeconomistas no habían predicho la crisis financiera de 2008? Esta es la razón.
Hay una nueva generación de macroeconomistas que está tan en desacuerdo con el punto de vista establecido como lo estoy yo. Pero dudo de que alguna vez tengan tanta influencia como sus predecesores. Le edad de oro de la macroeconomía ha tocado a su fin.
Pero no esperen una retirada discreta de los macroeconomistas del establishment. Hoy su principal defensa es que no hay alternativa a nuestro actual sistema capitalista, a la hiperglobalización y, por extensión, a sus creadores intelectuales y a quienes les apoyan. Mucho cuidado con este razonamiento. La historia está repleta de ejemplos de alternativas que no existían, hasta que existieron. Entiendo que los periodistas, analistas y académicos especializados en economía sientan añoranza por el período de 30 años entre 1989 y 2019, la era de la hiperglobalización. Fue la época en la que muchos de nosotros forjamos nuestras creencias y opiniones básicas.
Mi consejo para el macroeconomista entrado en años, varón en la mayoría de los casos, es que disfrute de su jubilación en las playas del Caribe. En cuanto a los demás, vivimos en un mundo en el que la política recupera una vez más su supremacía respecto a la economía, que es como debe ser.
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