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La nueva España rural

La eclosión, tardía pero imparable, del teletrabajo facilita que cualquier actividad de alto valor productivo o creativo se pueda realizar desde una aldea recóndita con vistas a parajes de ensueño

Varios vecinos de Castejón (Cuenca) charlan en la barra del bar restaurante Barón, recién abierto en el pueblo.
Varios vecinos de Castejón (Cuenca) charlan en la barra del bar restaurante Barón, recién abierto en el pueblo.Luis Sevillano
Víctor Lapuente

Vengo de la España vacía repleto de dudas. El mundo rural del que me fui hace un cuarto de siglo se ha dado la vuelta como un calcetín. Era un lugar fantástico para vivir, pero difícil para trabajar, y ahora es fantástico para trabajar, pero difícil para vivir.

Durante décadas, el campo expulsó a sus jóvenes porque el trabajo era escaso y brutal. Pero hoy ofrece una amplia gama de oportunidades laborales, de la recuperación de antiguas profesiones, como el pastoreo o la elaboración artesanal de quesos, a la innovación en plantas agroalimentarias, pastos ecológicos, macrogranjas o macrocultivos donde arar, regar y cosechar el cereal es más parecido a programar una app que a la vieja labranza. Y, en la posglobalización actual, donde la seguridad alimentaria importa cada vez más que la competitividad comercial, la agricultura es la industria del futuro.

Además, no solo de pan vive el campo. La eclosión, tardía pero imparable, del teletrabajo en España, facilita que cualquier actividad de alto valor productivo o creativo se pueda llevar a cabo desde una aldea recóndita con vistas a parajes de ensueño.

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Pero lo que nuestros pueblos han ganado económicamente lo están perdiendo socialmente. Cierran los puntos de contacto: los laicos, como tiendas o bares, y los religiosos, como la misa dominical de las doce o el partido de fútbol de las cinco. Y también los servicios públicos: los colegios y los centros de salud en los núcleos pequeños y los médicos especialistas en las capitales de comarca.

Esto genera un malestar político particularmente agudo. No es lo mismo no tener un oncólogo a 50 kilómetros, como ocurría hace años, que perderlo habiéndolo tenido. Y quien recolecta el enfado es la ultraderecha. Se dice que los motores del voto extremista son la economía y el cambio cultural, pero, como indica un estudio de la politóloga Catherine De Vries en municipios italianos, hay un factor oculto: la desafección ciudadana con la privación de servicios públicos. La derecha radical crece en toda la Europa rural porque es capaz de recoger esta geografía del descontento. Con curiosas excepciones, como el País Vasco o Cataluña, los partidos tradicionales viven ensimismados en sus cuitas capitalinas, como los emperadores romanos, más pendientes de las querellas por el poder que de las quejas de las provincias. Los pueblos gimen y los bárbaros lo saben. @VictorLapuente

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