Sí, hay algo peor que odiar
Hay algo que podemos hacer cuando el veneno ya está dentro y es no exacerbarlo, ser conscientes de que si crece todos saldremos perdiendo

De entre toda la paleta de sentimientos más presentes en nuestras vidas, el odio es seguramente el más difícil de evitar, de combatir, el más recalcitrante, pues no desaparece por más que nos lo propongamos y además nos envenena sin que solucione nada. El odio daña a quien lo profesa y no al objeto al que se dirige. El odio se agarra a las tripas sin dar nada a cambio.
No quiere decir esto que otros sentimientos sean evitables, pues la voluntad no suele tener nada que ver con ellos. Pero vivir otros como el amor o el deseo pueden darnos muchas alegrías, mientras que evitar algunos desagradables como el asco puede estar en nuestra mano.
Pero hay algo que sí podemos hacer con el odio cuando el veneno ya se ha enganchado en nuestro ánimo. Y es no exacerbarlo. Dejarlo estar. Hacernos conscientes de que es tan inflamable que de su crecimiento solo saldremos perdiendo. Porque todos perdemos con el odio. Por ello es más acuciante aún parar el reloj, volver a la casilla de salida, mirar lo ocurrido desde la barrera como si nos ayudara el VAR y repensar los siguientes pasos. Solo así nos daremos cuenta de que atizar el odio es aún peor que odiar. Exacerbarlo es incendiar. Incluso delito.
Viene esta reflexión a cuenta de lo ocurrido en el Congreso esta semana convulsa en la que la tercera fuerza política del país ha intentado denigrar, humillar, atizar el odio, descalificar e insultar a una ministra del Gobierno entre aplausos de los suyos y el silencio de los próximos. Y también a cuenta de un libro recién publicado, tan oportuno que nos pone en bandeja esta reflexión. Odio, de José Manuel Fajardo (Fondo de Cultura Económica), no es un ensayo, sino una pequeña novela que escarba en la realidad de un par de desgraciados que no son capaces de convertir su rabia y su odio en combustible para una lucha por la justicia o el bienestar, sino que, por el contrario, lo convierten en un mecanismo de encadenamiento del mal.
Desengáñese Vox y desengáñense los que utilizan el odio para incendiar la convivencia. Del odio nació Hitler y lo contagió. Del odio brota la aniquilación, la guerra. Del juego al que nos lleva el odio no gana nadie y todos pierden, pues no hay épica en su profesión. Fajardo ha retratado en ese libro minúsculo la distancia gigantesca que separa la ambición legítima por cambiar las cosas de la crueldad en la que desemboca un odio sin controlar. Seamos civilizados y tengámoslo claro: si no, perderemos todos.
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