_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una abstracción llamada África

Es importante que la COP27 aborde los intensos efectos que el cambio climático produce en una región que sigue tocada por las dinámicas heredadas del pasado colonial

Refugiados tras un largo viaje desde Sudán del Sur.
Refugiados tras un largo viaje desde Sudán del Sur.Emily Gerardo (Médicos Sin Fronteras)
José Andrés Rojo

“La violencia en este siglo tiene mucho futuro”, escribió hace años el sociólogo alemán Harald Welzer en Guerras climáticas, donde analizaba por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI. Habrá migraciones masivas, habrá problemas de refugiados, guerras por los recursos, decía, y señalaba que en el origen de los males estaría sobre todo el cambio climático. En su libro hablaba mucho de África, consideraba que la de Darfur había sido la primera guerra climática, sostenía que la violencia tal como la ejerce Occidente consiste en su esfuerzo por “delegarla lo más lejos posible”. No contaba con que la guerra de Vladímir Putin complicaría aún más el panorama por la falta de grano para alimentar a un continente hambriento. Lo que pasa con África es que es un término abstracto para una realidad compleja y resume un remoto drama del que es demasiado fácil no hacerse cargo.

En Historia de África desde 1940. El pasado del presente, Frederick Cooper propone algunas ideas para comprender lo que ha sucedido en ese periodo de tiempo, sobre todo en la zona subsahariana del continente. Hablaba de que la soberanía que fueron conquistando los países africanos al independizarse a lo largo del siglo XX se terminó moviendo en los mismos parámetros construidos por los Estados coloniales. Eran regímenes celadores o “Custodios de la Puerta (o Cancela)”. Lo siguieron siendo.

Lo verdaderamente importante para sus gobernantes era ocuparse de los recursos que llegaban del mundo exterior: “Su principal fuente de ingresos eran los aranceles sobre los bienes que entraban y salían de sus puertos”. La marca de esa dependencia les impedía organizar una auténtica política interior. Cooper habla también de otra condena. La llama “rachas de crecimiento”, o “ráfagas”, tomando la expresión de otro especialista, Morten Jerven. O lo que es lo mismo: África mejora cuando al resto del mundo le va bien, y va peor cuando les va mal.

Un continente muy distinto. Con megaciudades (Kinshasa y Lagos tienen más de 10 millones de habitantes) y millares de pequeñas aldeas. Con vías de transporte concebidas para la extracción de sus riquezas, no para la comunicación y el comercio internos. Ciudades “flotantes” (un enorme sector informal urbano sin regulación alguna), prácticas atávicas (la ablación del clítoris), modernidad (una vibrante cultura viva), costumbres tradicionales enquistadas (solo se avanza gracias a las redes de parentesco). Los movimientos guerrilleros ganaron alguna vez la batalla internacional de identificación con progreso y autodeterminación, pero luego se vio que la lucha armada no trajo sociedades democráticas y justas. Largas dictaduras, la tutela (y abuso) de las grandes potencias, las guerras que se eternizan, los niños soldados, el elemento tribal: los grupos étnicos no están claramente delimitados en los territorios y abundan las relaciones transfronterizas. Los Estados suelen ser débiles: milicias, violencias de todo tipo, pillajes. El terror islamista. Jóvenes que reclaman la democracia, mujeres de las que depende la economía familiar. ¿Cuál de esas Áfricas se muere de hambre, cómo puede luchar cada una contra el calentamiento global? Mientras más difusa siga siendo África, mayores sus posibilidades de permanecer al margen. Llega la COP27: uno de sus retos pasa por ponerle rostros concretos a sus necesidades en las políticas verdes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_